Tiempo y devenir. Imaginario de futuros imposibles

AutorRaiza Andrade; Raizabel Méndez
CargoUniversidad de Los Andes Mérida - Venezuela Tel. 58-274-2633350/2402041. raizaandrade@yahoo.com
1. Ser en el tiempo

“Y en el principio fue el Verbo”, como señalan las escritura bíblicas. El Ser, integrado al Cosmos, como parte consustanciada con el Todo, inquirió incesantemente preguntándose ¿Quién soy? ¿Cómo es el Universo que me contiene? ¿Cuál el elemento esencial, la sustancia que define al hombre-cosmos, al hombre-naturaleza?

A partir de esas preguntas y de las respuestas dadas en cada momento, se puede hilar la historia del ser humano, desde la consideración clásica de un flujo común al microcosmos y al macrocosmos, pasando por la visión reduccionista de una naturaleza escindida del Ser, hasta las nuevas cosmovisiones omniabarcantes del pensamiento holístico. En todas ellas, el concepto del tiempo signará las particulares visiones de la realidad en su devenir.

Para los griegos, “Kosmos” significaba una totalidad ordenada. “(…) Como es arriba es abajo”, el principio básico de Hermes Trismegisto, orientaba la comprensión general del Ser en el Cosmos y del Cosmos en el Ser. Consciencia, Cosmos y Destino, constituían una unidad indisoluble. Si se comprendía la naturaleza y el origen del universo, si se hallaba la “Fuente Original”, la esencia primera, situada fuera del espacio y del tiempo, se comprendería el Uno, presente en el seno de la diversidad (Laszlo, 1993). La historia de la Grecia clásica recorrería el agua, el fuego, el aire…el átomo…buscando ese tejido o sustancia primigenia, ilimitada, omniabarcante.

Cuando el ser humano comenzó a pensar en estas realidades como separadas del Ser, se planteó también el pensamiento acerca del futuro. Al pensar el afuera, el no-lugar de la U-topía, se desprendió del Sí Mismo y se olvidó del Ser para inventar un mañana que le sirviera de patrón, de modelo, de olvido del hoy que estaba siendo. La búsqueda del futuro, la construcción de ese futuro, facilitó el desencantamiento del camino.

El futuro devino en metáfora de un porvenir imaginado a partir de informaciones y conceptos conocidos en el hoy, lo que le imprimiría una condición de futuro pre-concebido que se negaría en el instante mismo de ser imaginado.

La historia de los hombres, la historia del pensamiento y del conocimiento, la historia de más de dos mil quinientos años de preguntas, la historia de las sociedades occidentales, se encuentran dibujadas en ese imaginario de futuros, ese largo viaje hacia una esperanza concebida como afueridad, una esperanza que se anticipa y que tiene como sustento, como alimento, la búsqueda permanente de un mundo mejor.

Ese tiempo que “está por venir”; “que ha de ser, que será” (Gómez de Silva, 1998:315); ese tiempo que “aún no ha llegado” pero que está “a punto de moverse de allá para acá, de llegar aquí” (:355) “de acercarse, de avanzar hacia el que habla” (:714) se transmuta en una aventura conveniente, convenida, que interviene y afecta la visión del hoy que vamos siendo.

Implica también, una firme convicción de que hay algo completamente objetivo “ahí afuera” (Heller, 1991:13), la pretensión de un “conocimiento verdadero” en el hoy, que garantiza una aproximación verosímil al mañana que, a su vez, orientará el transito de ese hoy que somos hacia un mañana idílico, que conlleva, a su vez, la misión de convertirse en espejo, en garante de la certitud de las verdades inmutables de lo hasta hoy conocido. En el mismo sentido que lo señala Habermas, el futuro deviene en comprensión del hoy, al haber éste adquirido la aptitud para construir el porvenir (cfr Heller, 1991:33). Es así como el futuro asume la condición de legitimar el presente.

2. El tiempo en el ser

El misterio del tiempo subyace en toda concepción del hombre acerca del futuro. Tiempo, Acontecimiento y Ley, concretan la respuesta en torno a la Direccionalidad, la Inteligibilidad y la Predicción. Se piensa el futuro como posibilidad de redireccionamiento, como impulso, para corregir los errores del presente.

Pensar el tiempo de una manera unidireccional va a conferirle una transitoriedad al Ser. Ante su fracaso por construir un mundo mejor, el Ser toma conciencia de la irreversibilidad del tiempo por él imaginado; el tiempo se transforma así, en su mayor fuente de desesperanza. Ante una vida que se muestra finita, efímera, se vuelca en el futuro la confirmación o negación de su trascendencia.

La temporalidad se muestra como la posibilidad de inscribir lo nuevo —aquello que irrumpe: el evento, la singularidad— al interior de una historia, de un mundo; de integrarlo en su horizonte, despojándolo con ello de su potencial desarticulador (Sabrovsky, 1999: s/p).

Desde la visión de la Filosofía (Abbagnano, 1993), el tiempo se ha concebido desde tres perspectivas: como orden mensurable del movimiento, como movimiento intuido y como estructura de las posibilidades.

En la primera acepción, referida al orden mensurable, se inscriben los pitagóricos que relacionan el tiempo con el movimiento ordenado de la esfera celeste que “todo lo abraza” y Platón con su visión del tiempo como “imagen móvil de la eternidad” expresada en ciclos, estaciones, y cambios, tan constantes, que demuestran la inmutabilidad del Ser eterno. Aristóteles, para quien el tiempo es el número del movimiento y representa el antes y el después y que pensaba que tal vez el alma era la responsable de tal operación (cfr Prigogine, 1993:23); o los estóicos, que pensaban el tiempo como intervalo, como ritmo; o el tiempo como sucesión, de Hobbes y la periodicidad de Locke y así, a través de toda la historia de la filosofía y de la ciencia, el tiempo y el devenir, han constituido temas esenciales del pensamiento.

En el Timeo de Platón, se da por primera vez la distinción entre el Ser y el Devenir. El mundo del Ser, es el mundo real, aprehensible por la inteligencia con la ayuda de la razón, es eternamente el mismo. El Devenir es el reino del tiempo, nunca completamente real, viene a ser y deja de ser, es el objeto de la opinión, de la sensación irracional. (Coveney y Highfield, 1992:29)

La mecánica de Newton se basaría en un concepto similar ya que tanto el tiempo absoluto como el relativo muestran orden y uniformidad y el tiempo la medida del movimiento, es decir, que el movimiento uniforme sería la medida del movimiento no uniforme, tal como lo afirmó Leibniz.

Kant introduce el concepto de causalidad temporal: el tiempo precedente determina, por necesidad, al siguiente y esto es lo que diferencia la percepción real de la imaginación, y aunque Einstein va a cuestionar posteriormente el orden de sucesión como único y absoluto, no escapa a la medida de lo temporal y la relatividad de la simultaneidad resulta la consecuencia de un orden causal del antes y el después (:1135-36).

A Hegel se le debe, por su parte, la concepción del tiempo como “devenir intuido” identificado con un aspecto parcial de la conciencia, el principio del Yo en su completa exterioridad y abstracción; la vida misma del alma, como lo afirmaría Plotino; o en palabras de San Agustín, el futuro como espera y el eterno presente como realidad. San Agustín se preguntaba:

“¿De qué modo se disminuye y consume el futuro que aún no existe y de qué modo crece el pasado que ya no está, si no por existir en el alma las tres cosas, presente, pasado y futuro? En efecto, el alma espera, presta atención y recuerda, de manera que lo que ella espera, a través de aquello a lo que presta atención, pasa a lo que ella recuerda. Nadie niega que el futuro no existe aún, pero en el alma ya existe la espera del futuro. Nadie niega que el pasado ya no está, pero todavía está en el alma la memoria del pasado. Y nadie niega que al presente le falte duración ya que cae enseguida en el pasado, pero aún dura la atención a través de la cual lo que será pasa, se aleja hacia el pasado (…) No existen, propiamente hablando tres tiempos, el presente, el pasado y el futuro sino solo tres presentes: el presente del pasado, el presente del presente y el presente del futuro” (San Agustín cfr Abbagnano, 1993:1137).

Heidegger, se inscribe en una concepción del tiempo reducida a la estructura de la posibilidad. En la relación del Ser y el tiempo, la primacía la tiene el porvenir. Es el tiempo de la posibilidad, de la proyección, el advenir, “el venir en que el ser ahí adviene a sí en su posibilidad más peculiar (…) adviene a sí en su más peculiar poder-ser (…) el pasado como un ya-sido está condicionado por el porvenir (…) Tanto el tiempo auténtico, que es aquel por el cual el ser-ahí proyecta su propia posibilidad privilegiada (…) como el tiempo inauténtico (…) una sucesión infinita de instantes, son ambos el sobrevenir al ser-ahí (…) es un presentarse, desde el futuro, de lo que ya ha sido desde el pasado” (cfr Abbagnano, 1993:1138).

Comenta Abbagnano (:1139) que la innovación introducida por Heidegger en relación al tiempo estriba en su visión de una pluralidad de ordenes de un tiempo circular, finito, no limitado al presente, que se encuentra en la base de conceptos interpretativos tales como proyecto, precursar, espera…

Treinta y cinco años después de su fatídico compromiso con el nacional socialismo, Heidegger (1962) replantea las cuestiones del Ser y el Tiempo desde una perspectiva ontológica. El Ser no es, el Ser se da así como se da el tiempo. Presente, pasado y futuro son constitutivos del ser humano. El Ser es determinado como presencia por el tiempo. Ambos se pertenecen en recíproca co-pertenencia (Heidegger, 2000).

La filósofa María Zambrano (1986) tiene una concepción interesante del tiempo como la “envoltura de lo inédito”; para otros autores, lo pretérito está fijo y lo futuro abierto; el tiempo es unidireccional y expresa la ruta, el camino del ser humano hacia la irreversibilidad de la muerte. El hecho de que toda criatura viviente muera, evidencia la prueba más tangible del flujo del tiempo.

La tradición judeo cristiana fue la que...

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