Groucho y las aguas del comandante

Imagino que todo columnista tiene su peculiar manera de abordar el tema sobre el que se propone opinar; no me refiero a un método de organizar la narrativa, sino más bien a un recurso o artificio que le permita superar la parálisis psicológica o «síndrome de la página en blanco» que, en más de una oportunidad, dificulta precisar el rumbo de la escritura. Cuando ese culipandeo inmoviliza la pluma, suelo hacer de una frase, una imagen o una contingencia, sin aparente relación con lo que intento exponer, el punto de partida para la perpetración fea palabra de las fechorías que, periódicamente, someto a consideración del lector. El truco funciona, sobre todo si nos decantamos por una efeméride significativa y tenemos la suerte de que la publicación coincida con su celebración. Es el caso de hoy, cuando el memorial deportivo nos recuerda que hace 57 años, el 10 de septiembre de 1960, el atleta etíope Abebe Bikila ganó, con registro récord, el maratón de cierre de los Juegos Olímpicos de Roma los primeros en ser televisados en vivo y en directo, hecho que no tendría mucho de particu lar, si no fuese porque corrió completamente descalzo los 42 kilómetros y 195 metros de la prueba. En Venezuela, donde el revanchismo igualitarista bolichaviano, a juro y por debajo, redujo al habitante promedio a la menesterosa condición de pata en el suelo, y en el que un par de alpargatas, de conseguirse, cuesta lo suyo, la proeza del maratonista africano debe servir de ejemplar consuelo de tontos.No es la histórica carrera de fondo citada el único acontecimiento a festejarse hoy, pues, en su santoral, la Iglesia Católica consagra el día al místico monje agustino Nicolás de Tolentino, la rima es casualidad, que es santo patrón de al menos cinco localidades colombianas y ya me dirá usted si es casuali dad acaso que, en razón de este onomástico, al mandón nacional se le cuestione su venezolanidad y se le asigne por terruño la cuna de Nariño y Santander, dos próceres de la hermana república de los que Hugo Rafael hablaba pestes. Hay también evocaciones tardías o adelantadas que sirven de pábulo para continuar la andadura dominical, aferrados a la idea de que, cual encomiaba un entrañable y desaparecido predicador de cantinas, recordar es tan instructivo y divertido como beber y vivir. Vamos, entonces, a divertirnos e instruirnos con el marxismo. No con las paparruchas derivadas de especulaciones teóricas endilgadas a Carlucho, que de esas estamos ahítos, sino con los...

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