La leccion aprendida: la vigencia del derecho.

AutorRondón Núcete, Jesús

Avanzaba hacia el estrado donde se encontraban las altas autoridades universitarias y los decanos de las distintas Facultades. Me sentía acompañado por el espíritu de mi padre y seguido por los ojos de mi madre y mis hermanos, confundidos entre los muchos de una multitud entusiasta, orgullosa de los jóvenes que recibían sus títulos. A ambos lados, de pie, me flanqueaban los profesores ataviados con sus togas de variados colores. Era el día de mi onomástico, por ser el de San Alfonso, también Santo Patrono de los Abogados. Un instante después, escuché la voz del Rector Magnífico, Pedro Rincón Gutiérrez, que me hacía abogado. Me entregó el pergamino correspondiente y después aquel en que constaba el otorgamiento que se me hacía de la distinción "summa cum laude". Lo supongo a él presente en este acto, como lo está en todos los espacios de la Universidad. No es de extrañar que--de pronto!--lo encontremos en cualquiera de los pasillos o laboratorios, en alguna sesión académica o asamblea estudiantil, al frente del claustro o de una manifestación callejera, como estoy seguro cree es todavía su deber.

A medida que la ceremonia se repetía para cada uno de los 59 graduandos en la majestuosa Aula Magna, que construyó Manuel Mújica Millán por órdenes del Rector Joaquín Mármol Luzardo, recordaba que aquella historia había comenzado cinco años antes, en septiembre de 1959. Entonces, con mezcla de temor e ilusiones, me había acercado a la Dirección de la Escuela de Derecho para solicitar inscripción en la vieja Casa de Educación de Ramos de Lora. Tal como miles lo habían hecho antes, desde que se presentaran a ella el día 2 del mismo mes de 1795 el merideño Buenaventura Arias y el trujillano Cristóbal Hurtado de Mendoza Me recibió un joven alto y delgado, Jorge Francisco Rad. El y otro recién graduado, José Mendoza Angulo, comenzarían con nosotros sus largas y fructíferas carreras académicas. Recordaba aún la primera clase de Luis Negrón Dubuc, hombre inteligente de porte distinguido. De capa y sotana negras, sentenciaba como para la eternidad: "Las normas jurídicas son bilaterales y heterónomas. El derecho es coercitivo". Luego vendrían las de Luis Elbano Zerpa, Ramón Augusto Obando y Reinaldo Chalbaud Zerpa.

Al tiempo que nombraban uno a uno a los graduandos (... José Cañizález Uzcátegui, Francisco Cignarella, Alberto Colmenares, Cesar Dubén, Mario González Pacheco ...), desfilaban por mi mente muchos de los hechos ocurridos en aquellos cinco años, tan singulares en la vida venezolana del siglo veinte. Los años 60 y 61: compartíamos las clases de Carlos Febres Pobeda, Luciano Noguera Mora, José Juan Ribas Belandria y Germán Briceño Ferrigni con el aprendizaje político.

Se mezclaban en las conversaciones Ulpiano y Justiniano, Kant, Hegel y Kelsen, Unamuno, Machado y Hesse, Maritain y Mounier, las Encíclicas de León XIII y Juan XXIII y los textos de Marx y Engels. Salíamos de las aulas para visitar los barrios pobres o recorrer los caminos aún polvorientos de la región. Eran días de siembra de ideas. Ya pasaban otros (... Eudoro González, Virginia Granados de Pizzino, Rafael Pérez Castillo, Alfonso Prato Hevia, Gustavo Ramírez Corredor ...). Y aparecían los maestros: Jesús Leopoldo Sánchez, Ramón Mazzino Valeri, Héctor Febres Cordero, Ramón Vicente Casanova, Luis Calderón Pino y el más joven Lubín Maldonado.

Cuando llegamos al cuarto año en el país se libraba dura batalla para establecer la democracia. Participábamos en ella con pasión. Estudiábamos las condiciones económicas y sociales en cursos organizados por el Padre jesuita Manuel Aguirre. Nos batíamos en las calles. Y uno del grupo hasta intervino en alguna insurrección militar. No obstante, teníamos tiempo para escuchar, con aprovechamiento, las ricas lecciones de aquellos profesores que tuvimos la fortuna de conocer.

El último año de estudios universitarios (llamaban a Ramón Reinozo Núñez, Mario Romero, Néstor Luis Trejo, Rafael Urribarrí y Lérida Zirit de Saavedra ...) estuvo colmado de acontecimientos. Las elecciones de 1963 (en las que resulté electo diputado y concejal) consolidaron el sistema político. En las aulas, los mejores juristas de la época en la ciudad se encargaron de completar nuestra formación. En los seminarios Roberto y Héctor Albornoz Berti, Hugo Nicanor Viera, Antonio Ramón Marín y Carlos Newman Briceño enseñaban las técnicas de investigación. Para conocer mejor la realidad nacional, Luis Contreras Pernía tomó un grupo y se fue a visitar las Colonias de El Dorado. De allá volvieron con miles de cuentos. Poco antes de finalizar se celebraron reñidas elecciones estudiantiles, en las que encabecé las listas de la Democracia Cristiana. Al término, en aquella noche, todos estábamos allí, como protagonistas que éramos, en bandos diferentes, de parte de la historia de la Universidad y del país.

A pesar del bullicio reinante en aquel recinto lleno de gentes y de luces en el que se sucedían juramentos, aplausos y discursos, tenía conciencia--como ocurría seguramente con los demás--que entonces comenzaba una nueva etapa en mi vida personal. Hasta allí llegaba el tiempo estudiantil. Comenzaba otro que exigiría compromisos y responsabilidades. Todavía no sabía, sin embargo, que iba a coincidir con uno de los períodos más dinámicos de la historia de Venezuela y que la Providencia me permitiría participar, de alguna manera, en hechos que la marcarían. Cuatro décadas más tarde, vengo a reconocer que la Universidad me dio, como también a mis compañeros de grado, los instrumentos necesarios para intervenir, desde posiciones señaladas, en procesos importantes del...

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