La lengua armada de Hugo Chávez

En 1984 se publica En torno al lenguaje, un ensayo de Rafael Cadenas que alerta sobre el peligro que acecha a aquellas naciones que consienten el deterioro de su idioma. Cadenas sostiene que la crisis de una sociedad no está aislada de su crisis lingüística, sino que, en gran medida, es consecuencia de esta. Su advertencia resultaría premonitoria: ocho años después, el verbo encendido y populista de Hugo Chávez irrumpiría como un golpe histórico en un país incapaz de prever los efectos de un discurso que, envuelto en el celofán del mesianismo, no resolvería la crisis.Más bien la agudizaría y expandiría a una escala insospechada.Por supuesto que Chávez no es el origen del deterioro verbal en Venezuela, cuyos signos eran ya nítidos durante los años 80 y 90 producto acaso de la escasa importancia que los gobiernos le concedieron al sistema educativo, pero sí ha sido uno de sus efectos más devastadores.Chávez aparece en un momento en el que la mayoría del país se encontraba desencantada de un discurso político vaciado de credibilidad y legitimidad. El terreno propicio para que surgiera una voz radicalmente opuesta, encaminada a recuperar el encanto perdido. De esta manera, como pocas veces en la historia de Venezuela, un presidente haría de la oralidad mediática un vehículo esencial para su ascenso, consolidación, permanencia y mitificación en el poder. Chávez tenía conciencia de que su lenguaje dicharachero, incendiario, cursi y caudillista no sólo lograba cautivar a miles de personas fuera y dentro del país, sino que además era capaz de incorporar a quienes lo escuchaban en el mismo discurso, convirtiéndolos en protagonistas de una épica simbólica hecha sólo de palabras. Así, vastos sectores de una población que habían permanecido ignorados por el discurso oficial hasta la aparición de Chávez, hallaron en su lenguaje folklórico un espejo en el que se sintieron, más que reflejados, existentes.Sin embargo, la noción de pueblo fue empleada hábilmente para la división maniquea de la nación. Quien no compartiese el proyecto chavista era señalado, por ejemplo, como apátrida, escuálido o majunche: traidores del verdadero pueblo y antagonistas de un discurso guerrero que requiere de enemigos para inventarse batallas diarias e interminables. De ahí que Chávez desconfiara de la sociedad civil, de los intelectuales, de los periodistas, de los estudiantes y de todo aquel que pudiera poner en evidencia las costuras de un lenguaje militarista: lite...

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