Una pequeña dosis de locura

El que teme sufrir sostiene un proverbio chino ya sufre el temor, y en Venezuela pareciera que una cada vez más gruesa capa de la población ya padece el miedo y vive aferrada a la resignación, ese suicidio cotidiano, como la definía Balzac, mediante el cual el individuo renuncia a satisfacer sus más caras ambiciones y acepta lo impensable para no sucumbir al pánico o a la ansiedad, emociones que, tras más de 50 años de experimentación, los asesores cubanos del inquilino arbitrariamente instalado en Miraflores han aprendido a manipular con eficiencia, haciéndole creer a las gentes que no hay mal que por bien no venga y, así engañadas, sueñen despiertas con que las carencias de hoy serán recompensadas con un feraz mañana; una quimérica esperanza que no hace sino prolongar sus angustias y atizar el desasosiego.Después de 15 años de errá tico navegar por las turbias aguas de una revolución sin pedigrí a no ser que el sedicente bolivarianismo del redentor barinés sea el certificado de origen de un proceso cuyo penoso desarrollo se ha fundado más en el como vaya viniendo, vamos viendo de Eudomar Santos que en un proyecto serio de país pareciera que los venezolanos estuviésemos aceptando estoicamente un destino que no merecemos; un destino impuesto con la involuntaria complicidad de una masa improductiva entregada a la caridad del Estado, basado en la utópica forja de un hombre nuevo y la promoción de un igualitarismo por debajo con su consiguiente mengua de libertad que ha empobrecido a la clase media, depauperado aún más a los pobres y enriquecido obscenamente a una nueva burguesía corrompida que medra a costa de desgracias y desventuras ajenas.No somos suizos, dijo una vez un presidente de la cuarta república; tampoco haitianos o etíopes, de modo que, con una medianamente aceptable calidad de vida, prosperaba en el país una clase media que había hecho de la educación un formidable mecanismo de movilidad social y, sin fomentar una fratricida lucha de clases, trataba de contribuir a su manera con la búsqueda de salidas civilizadas al endémico problema de la pobreza, para y por lo cual hacía política y procuraba, mediante el sufragio, un cam bio para mejor; pero, seducida por los cantos de sirenas de notables oportunistas, se dejó deslumbrar por el espejismo de la antipolítica y se arrojó en brazos de un providencial hombre fuerte que deus ex machina iba a gestionar la tan anhelada transformación. Y sí. El...

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