Populismo y “filosofía latinoamericana”: el caso argentino

AutorRoberto Follari
CargoFacultad de Ciencias Políticas Universidad Nacional de Cuyo Mendoza - Argentina.
1. Humanismo y terror

Tal vez no podríamos suscribir plenamente la siguiente frase: “...la utilización del humanismo es una provocación. De hecho...fue...el que en 1948 justificó a la vez el stalinismo y la hegemonía de la democracia cristiana...bien mirado, este humanismo ha sido el elemento prostituidor del todo el pensamiento, de toda la moral, de toda la política de los últimos veinte años;...lo que resulta una provocación es que se quiera poner como ejemplo de virtud” (Foucault en Caruso, 1969:85). Sin duda, no sólo en nombre del humanismo se ha cometido o justificado excesos; su lado opuesto, el de “las estructuras sin hombre constituyente” no le ha ido a la zaga (y el mismo stalinismo es expresivo al respecto). Pero la virulencia de la frase citada esconde un importante margen de verdad; el humanismo es una posición del pensamiento que se oculta a sí mismo su faz “bárbara”, y que presenta un discurso ideal para la producción de dicha ocultación; en nombre del “hombre”, del sentido, de lo moral, no sólo todo es justificable, sino a la vez loable y “puro”. La intencionalidad de la acción, clave de todo humanismo si definimos a éste por la predominancia del yo, la conciencia, el “cogito”, lleva a opacar el momento objetivo de dicha acción. El significado que para mí tiene el acto es lo que le otorga su sentido; y no en vano Freud ha mostrado sobradamente que lo que me figuro a mí mismo es siempre una imagen “unificada-idealizada” de mis contradicciones intrapsíquicas (la difundida Spaltung) y de las mías con el mundo exterior. Los actos que remiten a beneméritas intenciones a menudo no son más que expresión fáctica de una argumentación que responde a asegurar y defender el propio interés, mecanismos no-sabidos de la “voluntad de poder” (Nietzsche).

El humanismo es acusable de canalizar operaciones de dominación y poder, como cualquier “ideología teórica” (recalco: cualquiera, aún llámese marxismo, filosofía de la liberación u otras denominaciones de pensamiento emancipatorio) que se proponga abierta o larvadamente como excluyente, o dueña fundamental del acceso a la verdad. Pero el humanismo resulta más peligroso que otras, por dos causas: 1. Su cercanía con el sentido común, con los “buenos sentimientos”, que plantea un verdadero “obstáculo epistemológico” (G. Bachelard) a la posibilidad de esclarecer su funcionamiento objetivo; 2. Su apelación a lo “sublime”, por un lado, y por otro intangible, “invisible”; esto es, la recurrencia a principios superiores, los cuales no son patentizables más allá del campo de la intencionalidad del sujeto (lo cual lleva a pensar en términos de “compromiso” y “mala fe” como fundantes y no como fundados, tal el caso de Sartre).

El humanismo no resulta ser, por tanto, lo opuesto del terror totalitario, de la represión a la diferencia o de las masacres contra el pueblo (como aparece a una mirada ingenua): a menudo se constituye como el discurso explícito de la ideología en nombre de la cual se realizan y legitiman esos actos.

2. Argentina, o el miedo a la diferencia

No puede dejar de destacarse que la Argentina es un país con población mayoritariamente descendiente de europeos, a sólo dos o tres generaciones de distancia. Europeos que sobredeterminaron su característica “cultura occidental” (de la cual los inmigrantes de comienzos del siglo XX eran portadores a pesar de su pobreza, en cuanto a la predominancia del pensamiento abstracto, la tendencia a regirse por normas impersonales, etc.) con la necesidad de un arduo trabajo para superar la situación de miseria en que llegaron, dentro de un ambiente de fuerte competitividad. Se impuso una ética del esfuerzo, del ahorro, del orden, culto a la medida, a lo austero, al cálculo y la racionalidad. Sin dudas una ética que recuerda la requerida por el capitalismo en sus inicios, según lo explica Max Weber en relación con el protestantismo. Imposición de la limitación al goce para seguir los requerimientos de la acumulación.

Sigmund Freud 1 ha mostrado con cuidado la oposición entre libre salida de la pulsión y surgimiento de la cultura. En tanto ésta se funda con el “no”, con la Ley que impone el lenguaje, se produce contra los impulsos, en la larga tarea de domesticarlos y de demorar su salida, o de sublimarlos, “debilitándolos”. Las sociedades más culturalizadas (en lo referido a su “cultura formal”, lo que se ha denominado equívocamente “civilización”) son, por tanto, las más reprimidas.

A su vez, los sujetos (individuales o colectivo-históricos) muy reprimidos tienden, como una de sus conformaciones más frecuentes, a portar una alta carga persecutoria. Cuanto menos gozo, más me molestan los que gozan. Lo insoportable “es el goce del otro”, como plantea Lacan (Lacan en Braustein, 1981: 341).

Cuando gozo, no pienso en el otro, de hecho no pienso; el pensamiento, producido “contra” el impulso, es fruto de la represión. Si no me doy ocasión para el placer ofrecido por la realización del impulso tengo, a la vez, más carga contra el placer de los otros, y más tiempo para ser testigo impotente de éste. Así, la civilización incluye un aspecto persecutorio inmanente.

Si ligamos estas breves referencias al psicoanálisis -limitadas a los fines del presente trabajo- con la referencia a la ética que portaron los inmigrantes europeos en la Argentina, tenemos el cuadro completo de una formación social altamente “civilizada”, calculadora, ahorrativa. Una sociedad culta (mínimo analfabetismo, por ej.), la cual, siguiendo a las mediaciones conceptuales que hemos planteado, resulta en considerable medida persecutoria del placer y la diferencia 2.

Es esto a lo que H. Marcuse ha llamado “sublimación represiva” 3; sublimación de los impulsos, que ofrece a éstos una salida sustitutiva, socialmente tolerable, no disruptiva en relación a lo dado. Imposición del “principio de realidad”, ciertamente no sólo en el actuar del sujeto, sino en los límites impuestos a su simbolización, a su pensar, a lo que se entiende aceptable.

Y en la señalada sublimación se cierra el ciclo. Cara bella, “rostro humano” de la represión, aparecen los más altos y nobles principios (a nivel de la conciencia) que permiten vigilar, denostar y castigar a cuanto se salga de la norma. He aquí de nuevo el humanismo visto ahora desde el final del camino, desde lo que podríamos llamar su “proceso libidinal de producción”.

No negamos ciertos contenidos valiosos de este humanismo: aceptación de normatividades que imponen límite a la corrupción, asunción de modos de convivencia ausentes de violencia, condena de la criminalidad más brutal (violación, atraco, asesinato), imposición de modos de racionalización (y aún de “profundidad”) de la convivencia. Hay un lado positivo innegable -y de fuerte densidad- del proceso sociocultural de racionalización al cual ese humanismo se liga. El problema es que, en los momentos límites, la pulsión reprimida desborda y la carga guardada se resarce con singular violencia; y que, a su vez, los dispositivos “razonables” mentan, en un mismo movimiento y como su opuesto/interno, lo “irrazonable” a reprimir. La razón -entendida en el sentido restringido de razón propia de la modernización- se funda mutuamente con su contrario incluso en el lenguaje, tal como ocurre con el sí y el no, el frío y el calor.

Podemos pensar en Argentina como un país donde la diferencia radical, lo Otro (como se diría en la filosofía de la liberación, por influencia de Levinas) tiende a ser rechazado. Donde hay poco espacio para un lenguaje que se desmarque de los límites de lo pre-establecido.

Si lo anterior es cierto, encontramos una explicación particular para la larga preeminencia del populismo no-socialista en Argentina, en la conciencia e ideología de la clase obrera y el bloque dominado en su conjunto. Una sociedad que deplora el exceso, rechaza también a la revolución (y al marxismo, que está ligado a ésta directamente), es decir, a aquello que...

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