Sobre La razón melódica

Decía Paúl Valéry, en alguno de sus dilatados Cahiers, que para encontrar las cualidades esenciales de un idioma era menester acudir a la poesía, porque el poeta es aquel cuyo oficio es eliminarlos ruidos del lenguaje, dejando solo los sonidos. Lo que parece decir el líri co y pensador francés es que la esencia de un idioma radica en su musicalidad, que es lo que permanece cuando el poeta la ha despojado de los ruidos que, con reiterada frecuencia, opacan su brillo. De esta manera, el decir poético es una actividad indisociable de la música. Se me ocurre otra opinión al respecto, de nuevo, escrita por un poeta. Esta vez la de uno de los autores más musicales de la lengua inglesa, privilegiado por los dioses con un oído tan fino como el de Rubén Darío. Me refiero a Robert Frost, quien en una oportunidad señaló algo que me parece irrefutable: Poesía es lo que se queda fuera en la traducción. Y, como recuerdan los que han incursionado en la ingrata práctica, el más grande sacrificio que acomete el que la intenta es el de la música, que es, nada más ni menos, eso que queda fuera y que, en resumidas cuentas, vendría a serla poesía. Sólo conozco un caso en que esta desdichada circunstancia haya sido superada. Se trata del admirable trabajo de J. A. Pérez Bonalde con El cuervo de Poe. El resultado es el mejor poema de su talentoso autor y uno de los raros casos en los que la traducción es tan lograda, si no mejor, que el original. No obstante, poesía y músi ca fueron una sola cosa en sus orígenes. El grupo de aedas que compuso Ilíada y Odisea, tenía claro que la poesía era cosa de cantar y contar. Una actividad era inseparable de la otra. El cantante de cuentos, que era el poeta homérico, mantenía con su palabra cantada la atención de su público durante aquellos recitales, siempre memorizados, que se tomaban extensas horas a lo largo de varios días. Con la recuperación de la escritura, la profesión de aeda comenzó a ser seriamente amenazada, y no tenía idea aquel bardo distraído del siglo VIII a.C. que, cuando dictaba su canto al escribano que lo transcribía al papiro, estaba, fatalmente, perdiendo supuesto. En lo sucesivo, ya no sería llamado para que recitara extensos fragmentos de la gesta homérica. Ahora se podía acceder a las transcripciones cada vez que fuera necesario. Fue el fin de la tradición oral en Grecia, tal como se había entendido durante cuatro siglos, y un duro revés para los defensores de la asociación música-poesía. Como se...

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