Centroamérica que aún no existe

En septiembre celebramos otro aniversario de la independencia de Centroamérica, declarada en 1821 sin heroísmos ni épica alguna, fruto de la decisión de los próceres criollos que deliberaban encerrados tras las paredes del Palacio Nacional en Guatemala, temerosos de que si no se apresuraban el asunto se les iría de las manos. Ellos mismos lo dicen en el acta con todo candor: lo hacían para prevenir las consecuencias, que serían temibles, en el caso de que la proclamase de hecho el mismo pueblo. Y lo primero que decidieron luego fue dejar con todos los poderes políticos y militares a don Gabino Gaínza, el mismo jefe político del Gobierno colonial.A lo mejor tenían razón aquellos caballeros de mostrarse tan temerosos y timoratos ante lo que el destino depararía a las provincias de Centroamérica una vez libres del dominio de la lejana corona española, porque aquella fruta madura de la independencia que caía por sí sola, librada a la inercia, ya traía dentro el gusano de la disensión, quizás, antes que nada, porque la entidad de nación entre las cinco provincias no era sino un artificio, en todo caso ciudades estado de carácter más bien feudal que compartían territorios y recelaban de la Capitanía General de Guatemala.Lo que vino enseguida fueron disensiones, unos que mejor pidie ron esperar de manera timorata, o taimada, a que se aclararan los nublados del día; otros que se plegaron al abortado imperio mexicano de Iturbide, como quien corre para ponerse a salvo; otros que no aceptaban autoridad alguna sino la propia, y enseguida enfrentamientos, divisiones, una efímera república federal, guerras, fusilamiento de caudillos, periodos de anarquía seguidos por dictaduras férreas. Nunca lo que se escribió de manera pomposa en las constituciones tuvo otro valor que no fuera retórico. Y todavía estamos pagando el precio de aquel fracaso.Las reformas liberales que siguieron fueron siempre acompaña das de la imposición militar, los reformadores se convirtieron muy pronto en autócratas, y quienes defendían el orden tradicional, contrarios a todo cambio, no les iban a la zaga en cuanto a confinar en las mazmorras a quienes reclamaban libertades públicas, y la democracia fue colocada siempre en el cepo. El patíbulo sólo cambiaba de sitio, a la izquierda o a la derecha, y la única gracia que se concedía a los que se alzaban en rebeldía era la de morir sentados frente al pelotón de fusilamiento.Y luego perdimos el siglo XX en términos de institucionalidad y...

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