La soledad de las mayorías

Esperar es el verbo más usado por los pobres del mundo. La señora Silvia trabaja en una casa de familia en Chulavista. Para llegar a tiempo se despierta antes que el Sol. Vive en el sector Valle Alto, de Petare. Debe bajar de una montaña infecta de gente para trepar otra que cada día queda más lejos. Su excursión para llegar todos los días al trabajo es agotadora. Primero toma una camioneta hasta el barrio Mesuca, muy cerca del Metro de Palo Verde. Allí debe esperar que pasen dos o tres trenes, pues la estación está atestada de gente. A esa hora la ciudad es una procesión informe, un montón de prisa y perfume. Cuando logra montarse, viaja subterráneamente hasta Sabana Grande y ahí camina varias cuadras, esquivando gente, hasta la parada de Ciudad Banesco. Entonces, vuelta a esperar una camionetica que la trepe a lo que la nomenclatura llama colina. Ella, que viene de un cerro. Luego se enrumba por un largo paraje sin aceras hasta llegar finalmente a su sitio de trabajo. El regreso es más tortuoso. La población parece que aumentara durante el día. Por eso, no basta con desandar el camino. En la frontera de la noche, la señora Silvia debe hacer una cola de hora, hora y media, para conquistar la camionetica que la regrese a su hogar. Es demasiada gente y un mismo propósito. Cuando llueve, la penuria recrudece. Las camionetas escasean. O cuando hay alguna protesta y el cierre del paso. O cuando ocurre una falla en el Metro. Entonces, le toca caminar más de 20 cuadras. La multitud asciende al delta de barrios que conforman Petare a través de unas escaleras interminables, que arrastran media hora más de sus vidas. ¿Y no le asusta que la puedan asaltar a esa hora?, le pregunto. El susto siempre está.Y los malandros también. ¿Pero cómo hago?, responde.La señora Silvia llega a su rancho a las 9:00 pm. Quisiera des plomarse de cansancio en su cama, pero ahora le toca cocinar para los suyos. Su hija mayor emite un gruñido frente a la TV: aparece Nicolás Maduro en cadena nacional entorpeciendo la novela para graznar los insultos de siempre a la oposición. La señora Silvia se palpa los pies hinchados de tanto caminar, mientras escucha hablar de triunfos y derrotas electorales. Se siente repentinamente sola. Y con una brusca certeza: el inaudito peso de sus pies mientras descubre que no hay harina para las arepas. ¿A quién le importan cuántos pies hinchados hay en una de las parroquias más populosas de Latinoamérica? *** En una fiesta navideña, Argenis...

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