La sonrisa está de vuelta

Ceferino Bencomo tiene motivos para sonreír. Tal vez tímidamente, pe ro en su rostro hay ahora otro dibujo. El sábado pasado el Caracas tuvo fuerzas para vencer al Zulia, en su primera victoria del Torneo Clausura, y el miércoles de esta semana, en un partido que la gente va a recordar por algún tiempo, animó como pocas veces la fiesta ante el Fluminense. Dicen que en el fútbol hay segundas partes, que como la vida, suele ser un campo propicio para regresar, y Bencomo, saliendo de esa ciénaga donde chapoteaba en procura de sobrevivir, ha regresado. El equipo brasileño, hay que decirlo, es un cuadro que respeta los valores futbolísticos de Río de Janeiro; esto es, manejo de conceptos como el ir y venir como un péndulo de reloj antiguo hasta conseguir por dónde pasar; el respeto por el mapa del partido, por la geografía de su fútbol: el cinco es el cinco, el nueve es el nueve, cosas así; mas no se reverencia ante los valores estéticos. Juegan con sentido de practicidad, pero no con demasiadas concesiones a la belleza. Bueno, es que ese es un mal que se ha generalizado en función de resultados. Esta búsqueda de vencer a como dé lugar es una enfermedad contagiosa de la que no se ha escapado ni siquiera Brasil, el país del fútbol. El Caracas, entretanto, después de zafarse de los fantasmas de la aprehensión, buscó con empecinamiento. Primero lo hizo como el que va a un bosque desconocido, a tientas y advertido de los peligros, pero luego, ya entrado el segundo tiempo, como el que anda con propiedad por una calle del barrio y conoce todos los recodos y recovecos... Los líderes salen de la masa, dicen, y en el estadio Olímpico el conductor, en la rabia y en la batalla, fue Rómulo Otero. Con Edgar Jiménez atrás, cuidando la patria de la defensa, y con Juan Guerra pescando los baches en el centro del campo, Otero fue por el botín y luchó hasta la...

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