De la sustancia y sus determinaciones.

AutorRamis Muscato, Pompeyo

La perfección ontológica del ser y del ente, que tanto se ha ponderado en Filosofía, consiste en que ellos son principio y fundamento de todas las cosas, tanto de las reales como de las pensadas. Basta que nos fijemos en un hecho continuo aunque poco llamativo: el verbo ser es el más conjugado de todos. Pero, fuera de las disciplinas filosóficas, existe la tendencia a incluir el ser y el ente entre aquellas abstracciones que irónicamente llamamos "entelequias", en las que decimos que todo cabe, pero no nos paramos a considerar qué es lo que realmente allí está. Para bien determinarlo, es inútil detenerse en los mencionados conceptos en sí mismos meditándolos largamente, porque cuanto más insistamos en ellos, más anclados quedaremos en una mera tautología, pues nada podemos decir ni pensar que no contenga expresa o tácitamente la idea de ser. Conviene, pues, restringir progresivamente la noción de ser, llevándola al plano de lo predicamental para salvarla del limbo genérico y acercarla lo más posible a las realidades concretas. No es que con ello salgamos de la universalidad, pues sabemos que no hay ciencia --y la filosófica mucho menos-- que no sea del universal; pero lograremos familiarizarnos con algunas notas que nos aproximarán a las realidades que genéricamente implican las nociones de ser y de ente. Restringiremos, pues, la universalidad de ser y de ente de esta manera: sustancia, esencia, naturaleza, subsistencia, supósito y persona. Un grado más de concreción del universal, es imposible. Se me replicará que tampoco aquí nos movemos de la entelequia en sentido irónico. Algún peso tiene la objeción, pero no es terminante. Porque aquí se trata de palabras que son de relativo uso común (exceptuando la de supósito); y aunque suelen pasar desapercibidas en el discurso humano, sin embargo ellas, junto con las de ser y de ente, representan conceptos que están en el subsuelo metafísico de todo cuanto pensamos y decimos. Profundizar en ellos es como analizar la estructura "corpuscular" del pensamiento y convertir nuestro lenguaje en una actividad consciente. Esas "partículas" del pensamiento son esencias puras que, desde la esfera de la universalidad, actúan como últimas formalidades en que se fundan las proposiciones quidditativas que constituyen la ciencia con sus hipótesis, definiciones y clasificaciones. Por eso conviene que les concedamos la atención que merecen, pues del buen uso de las mismas depende el buen entendimiento de las principales doctrinas filosóficas.

  1. La realidad sensible, vista desde el plano ontológico, se nos muestra como encajada entre sendos grupos de esencias, de las que unas son completas y otras complementarias. Las primeras son realidades concretas, perceptibles y pensables en sí mismas. Su esencia consiste en ser en sí y no en otro. Son las que conocemos con el nombre de sustancias. Todos los nombres sustantivos en general representan sustancias. Las esencias complementarias, en cambio, carecen de existencia autónoma, y por tanto no pueden ser pensadas en sí mismas sino en otros objetos o sujetos. Así ocurre, por ejemplo, con los colores, figuras cantidades, cualidades, etc. La tradición filosófica ha transmitido esas esencias bajo el nombre de accidentes. Ese universo prácticamente inabarcable de esencias completas y complementarias, sólo es perceptible por activación del entendimiento reflejo. Allí esta la parte sumergida del pensamiento, por donde solemos pasar de largo en nuestra visión directa de las cosas, a pesar de que inconscientemente las reflejamos de continuo en el lenguaje.

    Alguien podría pensar que las esencias complementarias padecen cierta disminución al compararlas con las sustancias completas en las cuales habitan. Pero no es así en absoluto; antes al contrario, ellas son las notas que confieren riqueza y distinción a las sustancias. Estas, en efecto, además de su determinación como ser en sí, se muestran rodeadas de otras esencias accidentales como el color, el tamaño, la situación en el tiempo, etc. Las determinaciones accidentales no cambian la esencia del sujeto en que están, pero le confieren atributos que resaltan su ser sustancial con muchas y variadas connotaciones. Y en tal grado esto se realiza, que las sustancias pasarían imperceptibles sin la corte de accidentes que siempre las acompaña. No quiero decir con esto que los accidentes sean causa de la perceptibilidad de las sustancias. No son causa, pero sí condición sine qua non. Si esta condición faltara, entonces sí que las sustancias devendrían nudas entelequias, porque no habría sistema de signos capaz de representarlas. Las sustancias se perciben intelectualmente como completas, pero su expresión depende de una economía signal que sólo puede asentarse en los accidentes. Lo primero que se percibe en las sustancias son los accidentes, los cuales emiten signos que, en el instante mismo de su aparición, nos transmiten la idea del sujeto en que se hallan inherentes. Así, del conjunto de accidentes que acompañan y signan a un objeto sensiblemente, abstraemos la idea de sustancia. Las nociones sustanciales y accidentales, en fin, son de tanto momento, que siempre han determinado las trayectorias filosóficas en su diversidad y han trazado la frontera epistemológica entre unas y otras.

    La primera pregunta que a este respecto se impone, es: ¿surge la noción de sustancia por comparación entre conceptos ya formados, o es resultado de sensaciones que agrupamos arbitrariamente según la naturaleza de sus efectos? La cuestión tiene su origen en la confusión en que se pierde el estudiante de filosofía cuando trata de entender la distinción entre lo predicable y lo predicamental. La predicabilidad es el resultado de una clasificación de conceptos, que se elaboran por abstracción de las cosas percibidas por los sentidos. Una vez que las sensaciones se han transformado en esencias inteligibles, se convierten en predicables, es decir, en referencias válidas para ser aplicadas nuevamente a otras realidades sensibles, produciéndose así el fenómeno llamado reditio completa, esto es, vuelta completa desde la realidad al intelecto y desde éste nuevamente a la realidad, y así de continuo: del entendimiento a lo inteligible, y de lo inteligido al entendimiento. Por consiguiente, respondemos a la pregunta diciendo que la idea de sustancia no surge de ninguna comparación con otros conceptos --a menos que nos profesemos idealistas--, sino de las sensaciones que el intelecto elabora y transforma en esencias o quiddidades. La sustancia como predicable es una esencia que está solo en la mente, mientras que como predicamento es una existencia real. Los predicables son esencias puras, y los predicamentos también lo son, pero son además, existencias. Lo predicable está en la mente y lo predicamental, en las cosas.

    La sustancia como predicable es el concepto más extenso posible en el orden del universal reflejo. Por más que afinemos la abstracción, no hallaremos otro de mayor universalidad, ni siquiera pensando en la idea de ser, puesto que ser trasciende toda posibilidad de clasificación. Sin embargo, la sustancia como predicable está muy lejos de tener la prioridad en el orden ontológico, aunque la tenga en el lógico. La razón de ello está en que el origen del predicable se halla en el predicamento, es decir, en la realidad sensible, tal como lo expresa el clásico axioma según el cual no hay nada en el entendimiento que no haya entrado antes por los sentidos, o como aparece en el símil del "árbol lógico" donde los individuos están representados en las raíces. ¿Cómo podríamos, si no, representarnos las esencias? O preguntando de otra manera: ¿cómo llegaríamos a concebir los géneros y las especies sin conocimiento de los individuos?

    Por todo ello la sustancia predicamental es la que más nos interesa porque es la que realmente está en las cosas. Así bien podemos repetir, apoyándonos en una larga tradición aristotélica, que sustancia es el sujeto u objeto que es en sí y no en otro, y que puede recibir todos los atributos sin que él mismo sea atributo de nada. (Categorías, 5, 2 a). Toda sustancia, por lo mismo que sub-stat, hypo-keímetai, sirve de base y sustento a todo cuanto de ella se puede predicar. Esta afirmación es una de las respuestas a la pregunta por el arché del mundo físico, que se hacían los presocráticos. (Anticipando confusiones, o escrúpulos teológicos, advirtamos que al hablar de la sustancia, nos referimos a los seres que son en sí, no al que es por sí. Es decir, que nuestro lenguaje filosófico sólo discurre en el orden de la finitud, ya que el de la infinitud no es objeto de saber humano).

    La sustancia, como base y fundamento que sustenta sus propios accidentes y determinaciones, se distingue por ciertas propiedades, algunas de las cuales se explican en el lugar aristotélico citado. La primera es la que se enuncia en su definición: no ser o estar en otro. Es importante anteponer la negación: no estar en otro significa ser sujeto de inherencia, a manera de receptáculo de cuantas propiedades o atributos puedan recibir las sustancias según sus géneros y especies. Al decir "no ser o estar en otro", no se hace referencia sólo a las categorías accidentales en el orden físico o moral, sino también en el de los predicables. Porque así como no nunca diremos que la pared blanca es igual a la blancura, tampoco afirmaremos que el hombre Platón es igual a la humanidad. O lo que es lo mismo: tal como diferenciamos al sujeto de sus atributos, así discernimos al individuo de la especie.

    Otra propiedad de la sustancia consiste en ser algo concreto y determinado, ya sea física o moralmente, como este juez, o esta corte de justicia. Y lógicamente así es, por cuanto con estas expresiones designamos cosas por sí mismas subsistentes: sustancias completas, individualmente signadas, no sustancias como las esencias puras, las cuales no subsisten en sí mismas sino como predicados de las sustancias. Por eso los predicables o...

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