La tercera edad

En una oportunidad llegué a creer que me perseguían. Por ejemplo: en la fila 9 del centro electoral ubicado en el colegio Schönthal votan todos los viejitos que viven en la urbanización Los Palos Grandes. Llegué a pensar eso. Cada vez que me tocaba el turno, cuando ya estaba en el proceso final, muy cerca de la mesa electoral, siempre aparecía en el último momento un simpático señor de 90 años o una afable octogenaria, encantadora, dispuestos a ejercer con toda calma y con fascinante paciencia su santo derecho al voto. Una vez conté ocho sillas de ruedas, cruzando frente a mí, adelantándose en la cola. Es en serio. Casi parecía un maratón. Obviamente, nadie puede estar en contra de todos los beneficios y de todas las prioridades que merece la tercera edad. Se trata de una diminuta forma de justicia ante el delito del tiempo. Es de los pocos espacios y momentos en que la precariedad se distribuye más democráticamente. Todos somos víctimas, no hay culpables. A menos, claro está, que uno piense que el capitalismo, aparte de haber arrasado con la vida en Marte, también sea el responsable del envejecimiento. Que nadie se extrañe si, en estos días, hay una cadena nacional para anunciarnos, de manera oficial, que Adam Smith está detrás de todas nuestras arrugas. Sin embargo, también existe la rara modalidad de los viejos falsos, de los viejos provisionales. Últimamente, suelen aparecer en las filas destinadas a la tercera edad en las agencias bancarias. El cuento ocurre así: estás en tu cola, como cualquiera, como todo el mundo, armándote de paciencia, tratando de aprender el difícil oficio de esperar, cuando de repente, por el carril vacío que le da paso libre a la llamada gente mayor, avanza tan campante una señora, segura y tranquila, dispuesta a pasar directo a la taquilla. Todos los presentes, de inmediato, se miran de reojo. La señora, a todas luces, no es una anciana. Ni siquiera usa bastón. Está en esa mitad indefinida donde ya no es una mujer joven pero tampoco puede calificar como vieja. ¿Por qué diablos, entonces, está en ese lugar? Pasa con más frecuencia de lo que se piensa. Una vez, se coló por esa misma fila un hombre que parecía un entrenador deportivo. Estaba en buena forma física, se veía atlético, aunque evidentemente no era un muchacho. De manera natural, sospecho, todos lo que...

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