¿Empresas del Estado?

La discusión teórica sobre cómo funciona una economía descentralizada en comparación con una de planificación central puede cautivar, pero a efectos prácticos es irrelevante. La respuesta puede ser en cualquier dirección. Dependiendo de los supuestos, información perfecta, libre movilidad, ausencia de efectos externos, etc., ambas pueden funcionar igual de bien o las cosas pueden ir muy mal. En realidad Marx dejó tan poco andamiaje teórico a su secta de creyentes, como Adam Smith a los devotos de la mano invisible. Los adoradores de la eficiencia del Estado cometen el mismo error, la misma ingenuidad de los creyentes en el libre mercado. No por casualidad, los economistas socialistas que se han enfrentado al problema del control de las empresas públicas, no le ha quedado más que aprender de las modernas teorías de agente-principal y economía de la información que tratan con el tema de la estructura de incentivos y las maneras como esas empresas interactúan con él. Al final eso que llamamos Estado es una ficción en el que conviven personas con reglas que dependiendo de su estructura responden de una u otra forma. Por lo general, los teóricos del socialismo no sólo tratan este problema con una tremenda ingenuidad, sino que por el lado práctico les lleva tiempo resolverlo. En China, en 1988, casi 40 años después de la llegada de la revolución, se introdujeron los primeros para cambiar el modelo tradicional de empresa del Estado. En nuestro caso la lección es costosa. Pongamos un ejemplo. El presidente Chávez debe estar muy molesto con los resultados del sector eléctrico. Ha hecho todo lo que el manual recomendaba, estatizar, centralizar, quitarle toda la autonomía al sector, crear el ministerio, control obrero y, además, ha aprobado los recursos. No sólo es el tema de...

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