Brasil, lugar ninguno cuyo nombre arde

Durante los últimos dos años me ha tocado vivir más tiempo en Brasil que en ningún otro lugar. Me correspondió la ardua y feliz tarea de organizar la Bienal de São Paulo, la más antigua bienal de arte después de Venecia y el evento artístico más significativo en esa nación.Para ello hube de viajar por el país, hice multitud de nuevos amigos, trabajé estrechamente con personas de todos los estratos sociales, conocí a estudiantes provenientes del interior, a maestros de escuelas públicas, a activistas sociales, a militantes homosexuales, a autoridades religiosas; frecuenté a poetas, intelectuales, artistas, galeristas, académicos, funcionarios, editores, periodistas; me correspondió trabajar con instituciones públicas y privadas, por ejemplo con el admirable SESC Servicio Social de Comercio que ofrece facilidades culturales, deportivas y de salud de primera calidad a los empleados de la industria y el comercio; conocí a algunos miembros de las nuevas élites, jóvenes impensablemente ricos que, por razones varias, se han colocado al frente de iniciativas educativas y de interés público como la Bienal de São Paulo; escribí en la prensa; acudí a instancias oficiales en defensa y promoción de la Bienal; me reuní con altos funcionarios del Estado y con autoridades universitarias; viví en São Paulo durante ocho meses continuos, utilicé el transporte público, hice vida de barrio, viajé por placer y por oficio en automóvil y avión; experimenté una de las ciudades más fascinantes y costosas del planeta; puedo decir que pudiera y quisiera regresar en cualquier momento; leo constantemente historia y literatura brasilera; mis poetas favoritos se llaman hoy Carlos Drummond de Andrade, Murilo Mendes, João Cabral de Melo Neto; escucho sin cesar a Caetano, a quien también leo en su prosa limpia, inspirada y acuciosa; mi vida esta ritmada por la imagen y la voz de Chico Buarque y nada me lleva a ser yo mismo tanto como el timbre inigualable de Nana Caymi o el alma rauca que resuena en la voz de mujeres como Maria Bethania o Elis Regina.Durante todo ese tiempo he vivido alternativamente sobre dos certezas: que Brasil ha llegado a ser el país que yo desearía fuese un día Venezuela; que la sociedad brasileña está asentada sobre enormes contradicciones, y no precisamente la menor de ellas el hecho de ser la única nación del continente americano donde las políticas públicas se dirigen, a la vez, con semejante intensidad, a satisfacer las necesidades de crecimiento...

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