El despotismo de todos

La más importante obra escrita por el señor de la Brède, Charles Louis Secondat, mejor conocido como el barón de Montesquieu, es ese gran ensayo histórico-filosófico de comprensión de la vida social y política de los pueblos que lleva por título Del espíritu de las leyes, publicado en 1748, y que tanta influencia ejerció entre la gente cultivada, decididamente partidaria de la independencia americana. Su título, de hecho, sugiere libre voluntad: ese continuo y vívido movimiento del pensamiento pensante frente a las formas quietas, rígidas, positivas y, por eso mismo, muertas que le son tan afines, tan características, a la condición típicamente reaccionaria y conservadora de la ignorante barbarie. Porque el espíritu de las leyes está, según Montesquieu, muy por encima de su letra. El espíritu determina la letra de las leyes, no al revés. Las leyes positivas no están por encima de la naturaleza del derecho racional inmanente al espíritu. Las leyes positivas son letra muerta cuando la legalidad carece de legitimidad, cuando la coerción carece de consenso: Las leyes son las relaciones que existen entre ellas mismas y los diferentes seres, y las relaciones de estos últimos entre sí. El espíritu de la leyes configura, pues, el horizonte de la creación continua de la autoconsciencia, de la libertad en sí misma y para sí misma. Es el fuego eterno de la creación que crece y concrece.En los regímenes políticos republicanos, el poder supre mo se sustenta en el consenso popular, que asume, porque hace suyas conscientemente, las leyes positivas, dado que estas son el resultado de su propia determinación. En este sentido, las leyes construyen el Ethos de la sociedad.Pero en los regímenes que inspirados en las formas de gobierno constitutivas de la tradición cultural oriental impera la positividad de la letra muerta, el despotismo cobra cuerpo y el terror que lo tipifica va minando la fuerza de la libre voluntad del espíritu, mediante la continua amenaza de hacerlo explotar y destruirlo. Diseminar temor es, pues, la mayor garantía para la preservación del poder despótico. Y todo ello se puede llegar a producir no en el cambio de un régimen por el otro, sino en el interior del propio régimen republicano, con la ayuda decidida de un populacho ignorante, manipulado, resentido y barbarizado, una vez que sustituida la educación estética por la ratio técnica se introduce en el callejón sin salida de su propia corrupción: Las repúblicas llegan a su perdición...

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