Echonería

Lo que más me irritaba y molestaba cuando jugaba siendo niño no era perder, sino ver asomar en el contrincante la risita desdeñosa y despiadada de quien ha vencido sin mayor esfuerzo a un rival débil e indefenso. La risita de la jactancia. La expresión de la victoria fácil; el sentirse superior. En una palabra: la fanfarronada. El inicio de la alabanza que el vencido sabe que no termina allí porque el vencedor la propagará en otros espacios, entre conocidos, a sabiendas de que la jactancia se alimenta de su propia celebridad. En definitiva: ¡la echonería!, una actitud que encuentro muy venezolana.Estoy por suponer que se instaló entre nosotros, quiero decir, en el ADN venezolano mucho antes de que Colón estuviera por aquí si damos crédito a la existencia de unos colectivos que se la pasaban atemorizando a todo el mundo y gritaban que solo ellos eran gentes y los demás simples pajúos, cometierras o cargacañas con taparrabos.Simple y llanamente, sin te ner la menor idea de lo que era el fascismo o la desconsiderada altivez del color rojo rojito, ya lo eran; pero, más peligroso aún, estaban infectados con el virus de la echonería. Luego llegó el almirante alucinado arrastrando consigo la trágica y fanfarrona superioridad de armaduras, arcabuces y tres nuevas armas poderosas y desconocidas en estos para jes: el caballo, el crucifi jo y el mal olor de sus cuerpos alérgicos al agua y al jabón al punto de que hay historiadores que afi rman que la hediondez de los conquistadores mató más indígenas que la pólvora, el tropel de caballos, la cruz y los colmillos de los perros.Siempre corrió la echonería por las calles empedradas o polvorientas de la época colonial y las vestimentas de los grandes cacaos exhibieron su mayor presencia. Más tarde, heredarán la echonería nuestros héroes militares que nos independizaron de la triste echonería de Fernando VII para asumir plenamente la nuestra. Pero estoy por apostar que los fundamentos de la actual echonería venezolana esmerada e insuperable...

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