Una escuela a 80 kilómetros por hora

Desprovistos de reacciones humanas bajo su uniforme reglamentario, se les distingue por sus cascos, que para los automovilistas son la expresión de individualidad equivalente a un tatuaje en una fiesta de amigos de Lisbeth Salander. Santiago Terife, el número 88 en la pista, despide un fulgor azul, blanco y esmeralda de su casco de androide con visor negro. Su hermano, el temperamental Sergio (el 05) fulgura en amarillo y naranja con visor rojo, y según indica el monitor gigante conectado a un GPS en lo que semeja el cuartel general de una escudería de Fórmula Uno, acaba de completar en 45,976 segundos un trazado de 1.086 metros, la segunda mejor vuelta de la pole position. Luego de la carrera, Coco (o sea, Sergio), empapado tras ducharse con la braga puesta para aliviar los 35 grados a la sombra del mediodía de Maracay, está en las piernas de su abuelo, el amuleto de las carreras de los morochos. Santiago esquía en la pantalla de su game boy o se distrae con el iPad. En su versión del auto Match 5 está pegado un tirro donde se lee: "Soy maleta". Una penitencia que paga por una apuesta perdida. Todo Meteoro tiene su Bujía, y Mantequilla es el mecánico de los morochos: a pedido de ellos, Mantequilla desmonta aquí, aprieta allá. Estos pilotos no consumen suplementos proteínicos de la Nasa: alrededor hay helados verde manzana de paleta, refrescos, donas de chocolate. Un Pastor Maldonado en miniatura se desplaza en monopatín. La 1:00 pm es la hora del perrocaliente (se recomienda un almuerzo ligero antes de disparar la adrenalina) y los últimos ajustes. A veces se olvida, pero Santi y Coco Terife son niños de 10 años. Cuando crezcan quieren ser periodistas o arquitectos. ¿O pilotos? Mamá Tulia besa una medalla de plata, se persigna dos veces y se pone tensa como una leona durante las 14 vueltas de la competencia. Mamá se queja porque a veces dejan los cascos sudados encima de la mesa del comedor.

Un juguete caro. Un kart es un carrito de carreras desnudo como una lámina de anatomía. Allí están, a la vista, todos los componentes de un automóvil: radiador, tanque o barra de dirección. Si todos los vehículos fueran así de transparentes, probablemente mucha más gente sabría de mecánica. Pesará no más de 100 kilos, pero no es un juguete. Cuesta entre 8.000 y 9.000 dólares, incluido un motor de 3.500 dólares que hay que sustituir aproximadamente cada 50 horas de carrera, lo que obliga a todos estos padres a buscar patrocinantes privados y apoyo del Estado. "El karting es el colegio del automovilismo", dice Sidney Gómez, un traumatólogo cuyo hijo, Sidney junior, tiene 14 años y ya compite cada año en más de 15 carreras en Italia. "Aunque vaya a 80 kilómetros por hora, la sensación de manejar un kart es lo más parecido que existe en el automovilismo a la Fórmula Uno, porque estás aplastado contra la pista y expuesto a toda la...

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