Rousseau: paradójico y presente

Las paradojas del ginebrino Trescientos años después de su nacimiento, el ciudadano de un estado libre, como se llama en el Contrato social o Principios de Derecho Político de 1762, resulta paradójico, si se comparan conducta y pensamiento. Contrasta su acerba condena a la propiedad privada, para él causa de las desventuras de la humanidad, con el hecho de que desde su juventud, ansioso de aceptación social, usufructuó de la opulencia mundana de las élites ilustradas y propietarias; fue protegido de mujeres de alta posición, también amantes, como Madame De Warens; fue asiduo de los salones literarios de París, a donde se codeó con los intelectuales de la Enciclopedia como Diderot o D?Alemberty con ricos aristócratas de su época, que también lo apoyaron, aunque denostaba de la civilización al hacer la apología del hombre bueno y fraternal del estado de naturaleza frente al egoísta hombre ilustrado de los centros urbanos, contribuyendo así a consolidar el mito del buen salvaje; defensor de los derechos civiles y políticos, entregó sin piedad a los cinco hijos que tuvo con Teresa Levasseur, a orfelinatos, como si fueran de padres desconocidos. Al proclamar en su Emilio, también de 1762, desde una óptica filosófica deísta, la necesidad de una religión natural a la que se llegaba con la sola razón, desató la furia de enciclopedistas, declaradamente ateos y de católicos y protestantes, agredidos en su profesión de fe. En Rousseau y la educación de la naturaleza, Compayré destacaba que Emilio es en gran parte una construcción de sueño levantada expresamente para hacer antítesis a la vida real de Rousseau. Perdió la amistad de muchos de sus protectores que, junto con los enemigos, se pusieron en su contra hasta obligarlo a huir a la Gran Bretaña. Hasta el límite de la lucidez, desarrolló entonces un delirio de persecución que le hizo cometer numerosas impertinencias y rehusar incluso una pensión que, por intermedio de David Hume, le había concedido el Rey de Inglaterra durante su exilio en la isla, desde enero de 1766, al considerar que tras esta decisión había una maquinación para deshonrarlo y convertirlo en un menesteroso. Huyó de nuevo a Francia y finalmente, se le permitió vivir otra vez en París, a condición de no escribir más. Fue cuando comenzó a trabajar como copista de música, sin dejar la escritura. Su último libro, Ensueños de un paseante solitario, quedó suspendido por su muerte, de una fulminante uremia, el 2 de julio de 1778, en...

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