Seducción

Ala puerta del pequeño restaurán de barrio al que voy a comprar pollo, está un niño de doce años con una hermosa pistola plateada en sus manos. Mientras se la muestra a otro menor, la acaricia con deleite pasando suavemente su mano por la cacha. El más pequeño la mira fijamente abriendo mucho los ojos y con un gesto de admiración para ambos, pistola y amigo. En la sesión de trabajo del Centro de Investiga ciones Populares una investigadora refiere algo sobre los estudios que están haciendo sus alumnos de la universidad. Algunos de ellos se han sorprendido Âse han escalofriado al constatar la frialdad con que unos niños de un barrio les cuentan cómo han visto morir en plena calle a una mujer asesinada. Y el malandro se fue tranquilamente; no le pasó nada, dicen. La experiencia despierta la preocupación por comprender. Surge la investigación. Los primeros resultados angustian. Los niños de ese barrio toman la violencia como algo cotidiano, plenamente normal, natural, que se les convierte en modelo deseable, en una simple manera de vivir. Ellos también, cuando sean grandes, piensan optar por esa forma de vida. Y son todos, según los intrigados noveles investigadores. Más de una maestra de escuela popular se ha asustado también cuando muchos de sus niños dan igual respuesta a la pregunta por su futuro: ¿Yo? Malandro. Acariciar una pistola, sentir en el tacto la suavi dad y tersura de su brillante superficie, apreciar su peso y solidez sobre la palma de la mano, empuñarla, apuntar e imaginar el disparo, seduce casi inevitablemente la sensibilidad infantil. Si además, a esa seductora experiencia se le añade el haber escuchado con la boca abierta de admiración los increíbles relatos de valientes y arriesgadas hazañas que los malandros cuentan sentados en el murito o en los tramos de la escalera por la que hay que pasar para llegar a casa y el ver todo el tiempo las tremendas motos, las...

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