21 caballos

Cuando el pez pica el anzuelo, el nylon del pescador se tensa y se adelgaza tanto que nos asalta el temor de que pueda romperse. Sin embargo, cuando la presa se acerca a la orilla, el hilo retoma su calibre natural y podemos ver el tono cobrizo que tenía en la tienda de deportes donde compramos el carrete, con esos destellos azules que recordaban el exacto color del mar y la arena de la orilla. Eso pensé la mañana que leí los poemas de 21 caballos, el último libro de Yolanda Pantin. Son poemas de tono íntimo, escritos con sonidos e imágenes que se adelgazan en su oscuridad y refinamiento, pero en otros instantes, esos mismos versos recobran su claridad sobre el mundo con frialdad y certeza. Se trata de dos maneras que se alternan en la obra de la poeta venezolana, haciéndose más evidentes en libros como El cielo de París y Poe mas del escritor ambos de 1989. En esos libros, dichos registros se separan y se pueden distinguir a simple vista. En otras recopilaciones, el realismo o el intimismo estetizante y cosmopolita, aparecen en uno u otro poema, o se entremezclan en una sola pieza. Son alternancias que se presentan sin menoscabo de una sobre la otra: tramadas, trenzadas, en pleno equilibrio; es una forma de existir poéticamente como la poeta particularísima que es Yolanda. A estas alturas de su obra ya podemos hablar de un cuerpo que sólo espera ser nombrado, tolerado y comprendido por los trescien tos lectores de poesía que hay en Venezuela, o por la escasa crítica. Creo que su escritura, que ha sobrepasado cómodamente la decena de títulos, se sitúa en nuestro panorama voluntarioso y emotivo, como una poesía que ejerce el oficio con frialdad y conciencia, aún en los momentos en que roza lo atroz. A veces he pensado que se trata de una poesía sin piedad. No podría decir que carece de lirismo, pero el suyo no viene por el camino de lo emocional, como suele ocurrir, o por ese almibaramiento formal de estíticos resultados o hallazgos castellanos cercanos a la iluminación mística. Su poesía está llena de convencimiento, de adustez, y por instantes me recuerda los pasajes donde Cioran le reclama a Valery el equivocado camino de la autonomía de lo poético en la tradición francesa. Porque la obra de Pantin vive su presen te, y no siente pudor cuando la política o la mugre le muerden un costado del poema. Eso sí, sin perder el control, la poeta no abandona el control de sus letras humanas y se distancia de esa manera de tentaciones modernas...

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