'Me parece triste que hayamos llegado a la normalización del horror'

En cuanto llegó, Juan Carlos Méndez Guédez sintió en la cara el golpe de la brisa húmeda de La Guaira y supo que los casi 20 años que ha vivido en España lo desacostumbraron al calor mojado de Caracas pero no a la conmoción de un sentimiento dual, en el cual lo entrañable está atravesado por el dolor de aquello que los años se llevaron del país.

"Me encanta reencontrarme con los sonidos de ciertas voces, pero tengo la impresión desoladora de una violencia desatada. El país en el que transcurrió mi juventud era mejor que el de ahora", suspira el autor de El libro de Esther, novela finalista al Premio Rómulo Gallegos en 2001, cuya reedición presentará hoy el novel sello Lugar Común.

El escritor se encontró con un país donde los estudiantes se cosen las bocas para exigir al Gobierno mejores presupuestos para las universidades, donde escasean productos básicos y donde se cuentan en decenas los muertos del fin de semana: "Hay tantas cosas terribles pasando juntas y me parece triste que hayamos llegado a la normalización del horror. Los poderes actuales han trabajado muy bien y lograron crearnos una coraza, por eso la gente ve con naturalidad situaciones que antes hubieran desatado profundos procesos de rechazo".

Perplejidades. Las metáforas del proceso de descomposición social que hoy es una realidad cotidiana estaban presentes en sus primeras publicaciones, como Historias del edificio (1994), Retrato de Abel con isla volcánica al fondo (1997) y La ciudad de Arena (1999). Y es que antes de abandonar el país el escritor ya encontraba las señales del caos por todas partes. Un mes después del Caracazo, el autor -que se asume como alguien "lleno de perplejidades que sólo puede resolver en la escritura"- manejaba su carro por la avenida intercomunal de El Valle y, a pesar de que tenía luz verde, tuvo que detenerse para dar paso a "cinco soldaditos que sólo porque llevaban ametralladoras en las manos pensaban que podían amenazarnos". Y expresa: "Me sentí disminuido y entendí que la luz del semáforo servía para todos, pero no para ellos".

Esa misma sensación de vacío inspira uno de sus personajes típicos: el mediocre, el hombre moral y anímicamente reducido ante sus circunstancias. "Me gusta este personaje pues no puedo adscribirle un discurso épico, pero eso es sólo en lo literario, porque la mediocridad me asusta y me parece profundamente peligrosa".

Un ejemplo puede leerse en su reciente Tal vez la lluvia (DVD Ediciones, 2009): Adolfo, empobrecido y...

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