Cicatrices

Durante décadas, el cine ha retratado las consecuencias de la guerra en los niños, en su sensibilidad y en su constitución moral. Este no es un asunto nuevo. Los casos de películas verdaderamente notables por su capacidad para distanciarse de las lecturas condescendientes o melodramáticas con respecto a su visión de la relación infancia/conflictos bélicos son abundantes. Una lista personal incluiría, en tal sentido, obras como La infancia de Iván Andrei Tarkovski, 1962, El espíritu de la colmena Víctor Eri ce, 1973, El tambor de ho jalata Volker Schlöndorff, 1978, Ven y mira Elem Klimov, 1985, Adiós a los ni ños Louis Malle, 1987, La lengua de las mariposas Jo sé Luis Cuerda, 1999, Pro mesas Carlos Bolado, B. Z. Goldberg y Justine Shapiro, 2001, Voces inocentes Luis Mandoki, 2004, Las tortu gas también vuelan Bah man Ghobadi, 2004, Buda explotó por venganza Hana Makhmalbaf, 2007 y, ahora, Pan negro Agustí Villaron ga, 2010. Nacido en Mallorca hace 58 años, en el seno de una familia de titiriteros y cómicos ambulantes, Villaronga es un cineasta que no se anda por las ramas cuando asume la responsabilidad de hablar de la niñez. Lo hace con las dosis justas de fantasía y dureza. Y aunque el carácter autoral de la obra de Villaronga ha hecho a ésta bastante escurridiza para los ojos extranjeros, en el país se vio hace ya algunos años Tras el cris tal, aterrador filme de 1987 acerca de un joven que se emplea como enfermero de un hombre tetrapléjico con un pasado oscuro: durante la Segunda Guerra Mundial fue uno de los médicos que trabajó en campos de concentración nazis, donde experimentaba con niños a los que también torturaba. La llegada del protagonista a su casa no es, pues, azarosa; forma parte de un plan de venganza que incluye, además del recordatorio fílmico de los crímenes que cometió el doctor, la destrucción progresiva de su familia. El artista mallorquín sabe que...

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