Regocijos y quiebres

El neoclásico representa el tercer estilo establecido por el ballet universal a través de su desarrollo histórico. Nació con deseos de renovación y apertura, lo que permitió la adaptación del código académico a las exigencias transformadoras del siglo XX. Sin embargo, las visiones contemporáneas sobre el cuerpo, avasallantes y determinantes, llevaron al nuevo clásico hacia un lugar híbrido que está ubicado a medio camino entre la tradición y la vanguardia. El ímpetu con el que nació el nuevo ballet poco a poco fue aplacándose, hasta, finalmente, experimentar un resurgimiento con sus planteamientos portadores de complejidad emocional y conexión directa con los postulados de la globalización, presentes en las obras de Eks o Forsythe. Venezuela en algún momento fue considerada una referencia importante en materia de ballet neoclásico dentro del contexto de América Latina. Los años setenta y ochenta resultaron altamente estimulantes para esta manifestación de la danza escénica cuando Vicente Nebreda y Zhandra Rodríguez, en momentos en los que proyectaban sus sólidas carreras internacionales, vivieron experiencias notables como líderes de los proyectos Ballet Internacional de Caracas y el Ballet Nuevo Mundo. El país no era reconocido tanto por los valores de su danza clásica, pero sí por sus aportaciones ciertas a la concepción de un movimiento contemporáneo. Algo del panorama actual del neoclásico venezolano pudo admirarse en la reciente temporada del Ballet Teresa Carreño que intentó contrastar aproximaciones al clásico, el nuevo clásico y a una integración de los preceptos de éste con los de la danza contemporánea. El mayor interés del programa presentado estuvo centrado en este experimento entre disciplinas. Baile de graduados Lichi ne-Strauss II, ofrecido en la temporada del Teresa Carreño...

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