Amigo entrañable

Carlos Fuentes veía lejos la muerte. Como dejó en claro a El País de España, en una alegre entrevista publicada hace apenas dos días, tenía la mente intacta, la imaginación despierta y bastantes razones para seguir viviendo. Leía dos libros al tiempo. Vivía pendiente, más niño que nunca, de los vertiginosos cambios del mundo. Acababa de terminar una novela corta, Federico en el balcón, en la que se le aparecía en la madrugada el fantasma de Nietzsche. Estaba escribiendo una más, El baile del centenario, sobre cómo celebró México de 1910 a 1920 el primer siglo de su Independencia. Cuando se llega a cierta edad -decía-, o se es joven o se lo lleva a uno la chingada. Puede decirse que tanto su vida como su obra literaria fueron una iluminadora lectura de México...

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