Un italiano diferente

El italiano en su esencia es efusivo. Es una persona que vive la vida a flor de piel, con el sentimiento siempre plasmado en un gesto, en una palabra, en una manera de hacer. Ayer, Mario Balotelli fue un italiano diferente. Más allá de lo obvio, su evidente ascendencia africana que contrasta con la tez blanca y los cabellos claros del resto de sus compañeros, el delantero evadió celebrar. Gritó un poco en su primer gol, y luego se quitó la camiseta en el segundo, incluso, al final del partido, habiendo clasificado a la final, se quedó recostado del banquillo mientras sus compañeros saltaban exultantes de alegría por el campo en Varsovia. Pero Turbo Mario, como lo llaman en la bota, no celebró. Y es que al ariete, nacido en Palermo, con descendencia ghanesa y criado por una familia italiana, a pesar de que le gusta la fiesta y de tener un amplio historial de problemas de conducta, no le gusta celebrar. Alguna vez dijo a la prensa italiana: ¿Qué no celebro? Pregúntense más bien porque Inzaghi gesticula como loco cada vez que marca un gol. Balotelli es así, un rebelde, uno de esos jugadores hechos para romper el sistema, y que ayer, quebró a Alemania para hacerla olvidar su carácter de otrora. Italia apostó a jugar bien. A ser diferente y renegar de sus raíces. A tratar bien la pelota y llegar con contundencia a la portería de Emmanuel Neuer. Los teutones comenzaron con el dominio del partido, pero fue una combinación entre Balotelli y otro mala conducta reformado, Antonio Cassano, la que le abrió la puerta de la final a los azules y les otorgó la posibilidad de disputar el año que viene la Copa...

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