La Pandilla Salvaje

Inspirado en el spaghetti western de Sergio Corbucci, Quentin Tarantino quiso hacer la película de vaqueros más sangrienta y explosiva desde Wild Bunch. Y lo logró con Djan go sin cadenas, un filme de culto del Lejano Oeste sal picado por la tinta roja del director al límite de un festín de porno tortura. A latigazo limpio, la pieza revienta el cuerpo desvencijado de la tradición clásica para dejarlo a merced de la ley salvaje de los géneros de explotación. Para el autor, la civilización convive con la barbarie y de su fusión emerge una extraña forma de arte dadaísta, empacada al vacío. La cinta quema sus naves por el amor loco del surrealismo, el distanciamiento paródico de la nueva ola francesa, la mitología del cine al dente, el teatro del absurdo, el fetichismo de las máscaras de cuero y el rescate de leyendas como Fran co Nero, sin olvidar la esperpéntica reivindicación de Don Johnson en el papel de un tragicómico hacendado, cuyas huestes protagonizan una de las secuencias hilarantes de la obra, cuando debaten si deben quitarse unas bolsas blancas de la cabeza para orientarse mejor en la cacería de los personajes principales de la función. Así el realizador le pasa factura al contenido de El nacimiento de una nación, aquella tristemente célebre apología del Ku Klux Klan. Retrocediendo en el tiempo, el largometraje busca ajustar cuentas con el pasado y reescribir la historia de la emancipación de la esclavitud. Al respecto, los críti cos lamentan el parentesco con el formato de Bastardos sin gloria. Ahora los villa nos son los nazis del sur y los afroamericanos deciden tomar justicia por la propia mano, después de sufrir la humillación de un holocausto caníbal. Aparentemente el subtexto le guiña el...

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