El último compás de la utopía

Dos décadas después de que se disipara el furor de una movida en el que la musicalización de la ensoñación alcanzó una estructura corpórea, tras diseñar una receta que aunó la espacialidad y la eterealidad con la reproducción de la contextualización de escenarios oscuros en los que reposara la fantasía onírica, el dream pop experimentó su renacimiento. Una vez que la obra de pioneros del género como los escoceses Cocteau Twins, los noruegos Bel Canto o los estadounidenses Galaxie 500 maduró, una avanzada de grupos resucitó esta manifestación por la misma razón que, según explicó el periodista y teórico británico Simon Reynolds en una nota publicada en The New York Times en el alba de los noventa, impulsó su concepción en los ochenta: los músicos soñaban con vidas individuales ante la falta de una cultura juvenil con la que identificarse.Detrás de la tolerancia mu sical que se erige como uno de los grandes símbolos de la audiencia hipster, en la que el death metal, el hip hop, el rave y el indie escriben su propio Tratado de Versalles, hay un fundamento onírico en la estética sonora de la progenie de artistas y público contemporánea. Si bien desde la década de 2000 se rescataron estilos propios de esta impronta, de los que descuellan el lo-fi, el shoegazing e incluso emergió el chillwave, el dream pop sigue dando muestras de su temple, sobre todo después de que sus actuales representantes reconocieran la amplitud de sus posibilidades creativas a través de las nuevas herramientas tecnológicas, lo que resignificó otra vez el papel de las guitarras, al igual que la potencia de su discurso en un momento histórico muy especial en el que la consigna es la universalización de las tendencias.Al igual que el grupo estadounidense DIIV o el trío sueco The Radio Dept., Beach House es otro de los paladines del dream...

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