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50 años de Ella en Caracas

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Vincent

1 967. El calendario marca 16, 17 y 18 de noviembre como fechas de presentaciones musicales en el Salón Naiguatá del Hotel Tamanaco. Tony Racal, joven cantante del patio, va cual telonero de eventos que estiman entradas en Bs. 50, equivalentes a 11,63 dólares. El cartel principal ofrece a una norteamericana portadora de la quintaesencia del jazz cantado: Ella Fitzgerald.Prensa y público caraqueño se al borotan. Los aficionados al jazz, con Jacques Braunstein y su programa de radio a la cabeza, bien saben el calibre de lo anunciado y así lo hacen saber. Renny Ottolina, máximo showman televisivo, se suma a las gestiones del productor Enzo Morera, para ofrecer en el horario estelar de su Renny presenta, a la ilustre visitante. Y todo ocurre según lo pautado.Los shows del Hotel Tamanaco son un éxito. El público asistente aplaude a la cantante, con cincuenta años recién cumplidos y en el tope de sus facultades. Pero es mediante la televisión como Venezuela entera aprecia el más alto nivel del jazz vocal. Esta vez la voz crítica, gracias a la percepción directa y masiva, es ejercida por el televidente de a pie: Esta `Fichera’ es fea, pero canta un kilo..., entona muy bien los dubi-dubi..., para cantar jazz hay que ser negro... o negra. Puro sentimiento: parece bolerista a lo Olga Guillot, pero en inglés. Es una especie de Magdalena Sánchez americana.De cierto la Fitzgerald ofrece un canto refinado, acaso fácilmente digerible si se pueden salvar algunos obstáculos. Canta en inglés y aun que pocos compatriotas entienden el idioma hasta le criollizan el nombre, bien disfrutan de verla entonar con los ojos cerrados inspiraciones improvisadas de un canto sin letra scat singing, dicen los jazzófilos, evocativo de instrumentos musicales tocados a placer.Otro obstáculo para paladear a la Fitzgerald está en su poco encanto físico. Ni siquiera de joven lo tuvo. Su magia reside en otra cosa. Y esa otra cosa la deja ver la cámara...

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