Uno se acostumbra

Entrar en la dimensión de Arnoldo Rosas es un viaje donde la hipérbole temporal juega un importante papel. No en balde este escritor apela a una cierta rítmica narrativa que alude, de alguna manera, al discurso cinematográfico. Los planos son suaves y en la figura del protagonista, Antonio Martínez, va sumiendo al lector en un delicadísimo juego donde la corriente de la conciencia juega un rol predominante. Su búsqueda de una otredad en la figura del ser amado pasa incluso por la referencia de un Ulises moderno, uno que aborda aeropuertos y que de algún modo me ha hecho pensar en el hermosísimo filme de Sofía Coppola, Lost in translation. Sin duda alguna, entramos en la dimensión de una nueva literatura venezolana, muy lejana al clásico acontecer basado en el comienzo, nudo y desenlace. Aquí estamos en presencia de lo soft, de la hechura de un alma que se hace en el otro y en el mismo. Hábilmente el autor elabora una arquitectura basada en lo sugerente de cinco títulos; a saber de ¡Vamos a volar!, como fase iniciática del viaje;Para cosechar nalgas de catorce quilates, donde ya se intuye la aparición del otro y en donde la tensión va in crescendo;Let?sfall in love; Juguemos en el bosque... Lobo, ¿estás? y Rezo por voz, suerte de plegaria que cierra el ciclo de la totalidad. De alguna manera, pienso en otras experiencias literarias de gran actualidad, como sería el caso de Chuck Palahniuk, en lo que es esa suerte de humor negro que intercala el autor cuando dispara su trama contra el vacío del solo contra solo, cuando lanza a su protagonista en el tránsito del desierto de la urbe actual, del objeto personificado y de los aeropuertos. Es decir, que la voz narradora va en un vaivén que en ningún momento se hace vertiginoso, sino seductor, que envuelve en tenues atmósferas que se diluyen en esa suavidad a la que he aludido antes. De igual manera, las relaciones laborales se dan en esa estética de lo Palahniuk, donde el propio jefe de Martínez le da un consejo --no sé si bueno o malo-de que se busque una novia, y así la tarea comienza; esa nueva tarea que pertenece a la emoción pero desde la máscara del trabajo. En ese instante y ya en el despegue del viaje hacia la mujer ideal y hacia el imago, el ritmo se torna erótico, acompasado; el mundo laboral da lugar a una nueva realidad que en cierto modo es compatible con la hiperaceleración de los hechos y la era de la amnesia de la que los postestructuralistas nos han hablado hasta la saciedad...

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