Adiós a Diego Rísquez

A Diego Rísquez es legítimo aplicarle, sin exageraciones, el lugar común aquel de que con él se rompió el molde. No solo por su obra, única, diferente, excepcional, sino por su modo de vida. Un modo de vida marcado siempre por la búsqueda de la belleza y por su disposición gregaria, su generosa vocación de reunir a los diferentes en un mismo acto de comunión.Diego miraba el mundo des de la ventana de la estética. Y lo reconstruía desde los altos miradores de sus obsesiones históricas fantasiosas. Sus obras que para algunos al comienzo resultaban insoportablemente lentas eran una lectura iconográfica de nuestro proceso civilizatorio hecho desde un inconsciente colectivo que habla visualmente a través de su persona.Nunca levantaba el tono.Hacía cine con pasión y entusiasmo, como un adolescente creativo que se divierte con sus amigos. Pero lo que se había planteado, y en buena medida logró, fue una tarea muy seria. Lúdicamente titánica.Rehacer secuencialmente personajes e imágenes arquetipales, en el sentido estrictamente junguiano del término, de la constitución imaginaria de la venezolanidad.Mirada retrospectivamente, su obra cinematográfica es un largo viaje que parte de la memoria más recóndita desde la llegada del hombre europeo a las tierras americanas, pasa por los encuentros y desencuentros entre lo aborigen y lo europeo en la era colonial, se le ve más tarde con los personajes clave Bolívar, Miranda, Manuela Sáenz de nuestra constitución como república independiente, hasta acercarse a nuestra modernidad periférica a través de dos emblemas. El del artista ana coreta, Reverón, que nos hace reencontrarnos con la visual de nuestra luminosa condición...

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