Allá arriba no hay oxígeno

En la cumbre del poder dictatorial que Maduro ejerce, sus movimientos son violentos y tor pes. Cada manotazo que lanza termina en su rostro. Cada grito se le devuelve como eco multiplicado. Sí, reprime, pero está aislado, acompañado en el bunker por aquellos que como él no ven futuro sino presente hiperreal, en el cual la soledad del poder muestra sus arrugas y pústulas más ominosas.Cuando el poder se concen tra en tan gigantescas proporciones le ocurre como a los cuerpos ultradensos: estallan.Es que no solo han violentado derechos de opositores, críticos, medios de comunicación, gremios y sindicatos; es que también lo han hecho con los suyos: los gobernadores, ministros, jefes políticos chavistas, han perdido poder. Fuera de una docena de personajes, nadie saca el pecho por Maduro y los que lo hacen, tienen un estilo lateral, no vaya a ser que en el hundimiento aquel quiera agarrarlos por la solapa y llevárselos.Sí, están recolectando recur sos y haciendo los fraudes conocidos de cara a las elecciones, para luego convocarlas.Piensan que así pueden revertir la abrumadora mayoría que se les opone. Pero nada de esto resuelve el problema que tie ne Maduro, consistente en que tal concentración de poder ha convertido a sus colaboradores más allá de sus dotes intelectuales en el curioso caso de haberlas en una panda de inútiles que ronronea alrededor del erario público. A Maduro solo le ha quedado un instrumento de...

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