Sobre Decepción de altura

El primero de marzo de 2013 circuló por las redes sociales una noticia triste, que literalmente impactó a los lectores: un joven se había suicidado, lanzándose desde las alturas de un conocido centro comercial de Caracas. El joven cayó en el espacio de la Feria, así que podemos imaginar el nudo en el estómago de los familiares del muchacho y de los testigos de aquella desgracia.Un par de días después, leyendo los cuentos de Pedro Plaza Salvati, llego al relato Caracas es una fiesta, donde el narrador nos habla de los temores de un padre por su hijo Alfredito, quien guarda un parecido terrible con uno de sus sobrinos, que había estado inconsciente por veinte años y que, al regresar, según le habían dicho, había tratado de suicidarse desde lo alto de un centro comercial. Y aunque su hijo estaba muy lejos de sufrir de Decepción de Altura, la ciudad era tan peligrosa que establecía en su mente asociaciones absurdas.Puede que este vínculo que ahora señalo sea una más de las asociaciones absurdas a las que nos predispone una ciudad como Caracas, capital de la paranoia. Sin embargo, el hecho de que tanto las asociaciones absurdas como el diagnóstico de esta manía estén contenidos en un mismo libro, autoriza a persistir en la lectu ra que trata de unir la ficción y la realidad, a buscar un sentido en el sinsentido.Con el título de su primer li bro, Pedro Plaza ha añadido un nuevo nombre a la clásica preocupación del ser humano por su destino. Decepción de altura es una nueva caracterización del inevitable vértigo que implica ver el pasado y hacer un ajuste de cuentas ante uno mismo.Todos los personajes de De cepción de altura se hayan en esta encrucijada: hastiados del curso de sus vidas se proponen darles un giro decisivo. Desde esta perspectiva, Plaza Salvati es un cuentista clásico, a lo Poe: se enfoca en el instante de transformación total de una historia, ese punto después del cual esa vida narrada no será la misma, o, simplemente, ya no será. Así sucede en el cuento La nota, donde su protagonista, en pleno viaje conyugal, decide comprar un ataúd, envoltorio macabro para transmitir un mensaje incierto. O en La cédula, donde vemos a un abogado convertirse en narrador del tráfico capitalino desde un helicóptero. O el personaje del cuento El Guaire no es marrón, recién llegado de Copenhague y que decide trabajar como recolector de basura en una empresa dudosa llamada Zamuros de Venezuela.Vocaciones excéntricas, que rayarían en lo inverosímil si...

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