Amor a Roma

El oxímoron resulta innecesario cuando de este locus magneticus en macarrónico deliberado se trata. Nada es tan idéntico a Roma como el amor el juego de los grafemas así lo establecía desde antiguo en las lecturas occidentales y orientales del topónimo mismo. Y es amor del pleno y bueno el que brota de las páginas de la Antología del mundo romano Universidad Metropolitana, 2008, que Edgardo Mondolfi Gudat se ha encargado de seleccionar, prologar y anotar. Amor hacia una ciudad que fue el mundo y que lo será siempre, pues ella gesta los símbolos y los pulveriza, ella levanta los monumentos y los arruina y ella indica los caminos que van a dar a ella misma y los bloquea. Nada es más indicativo de la naturaleza humana, poderosa y débil, minúscula y engreída, sublime y bochornosa, que esta ciudad erigida para satisfacer el más persistente anhelo de los hombres: la inmortalidad. La singularidad ironiza y permite que tanta grandeza y tanta eternidad se logren gracias a la observación de las actuaciones de hombres perecederos no tan grandes como creemos y no tan notables como quisiéramos notabilísimos y grandísimos también los hubo y muchos. Un desarrollo heleno hizo que ahora fueran los dioses no tan simétricos a los hombres, sino que fueran simplemente hombres iguales a otros hombres. Es ello, pues, lo que fascina tanto en el relato de las vidas romanas de la antigüedad y en las acciones nobles y viles que protagonizaron. El libro nos regala fragmentos, fina y quirúrgicamente seccionados, de los más emblemáticos autores del tiempo romano: Tito Livio, Polibio, Salustio, Cicerón, Suetonio, Augusto, Tácito, Herodiano, Eusebio de Cesárea y Plinio el Joven. Como un...

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