Andar en la calle, consumir ciudad

Las ciudades tienen en el comercio uno de sus motores fundamentales. No es de ahora, es una historia de siglos. Es una de sus razones constitutivas. Poder comprar lo necesario, pero también lo superfluo la invención de nuevas necesidades surgidas a la par del desarrollo de la ciudad ha sido parte del atractivo de la vida urbana. Por eso disponer el comercio a lo largo y ancho de la urbe siempre fue asunto primordial: mientras más presente estuviese en la vida cotidiana de la gente, mejor. La mezcla de usos residencial y comercial siempre fue un buen indicio de la vida mundana que promueve. Por eso, en muchas ciuda des el comercio les dio forma y sentido a sus calles. Calles de herreros, vidrieros, carpinteros. Igual que en los mercados populares, la ciudad se organizó colocando a los pescaderos de un lado y a los verduleros de otro, a los especieros de un lado y a los charcuteros de otro. En la práctica, y en la planificación, se fue creando un orden urbano a partir del comercio. Por ello no deberíamos sorprendernos al encontrar varias piñaterías juntas en una misma calle, o varias tiendas eléctricas o varias floristerías. Algunas se configuraron así porque se navegaban a pie y esto facilitaba el acto del consumo. Luego el vehículo de motor comenzó a introducir nuevas formas de consumo y, por ende, a imponer sus patrones urbanos. Uno de ellos fue el centro comercial, al principio permeable a la vida callejera, al entorno Bello Campo, Chacaíto, luego desfachatadamente desconectado de ella CCCT, Sambil. ¡En nuestra historia hasta inventamos un centro comercial proyectado para recorrerse en vehículo! El Helicoide. Ello significaba asumir el descaro de pretender llevar al consumidor sobre ruedas hasta la puerta de cada comercio. Esa extraña idea de confort motorizado ha generado un caos y una inversión de valores en toda nuestra ciudad: decenas de personas intentando estacionar simultánea e individualmente al frente de una panadería para comprar dos canillas. Mientras, los que caminan, deben andar entre resquicios para llegar a ese mismo comercio. Exabruptos como el Sambil de La Candelaria no fueron concebidos como gran estacionamiento para que los que le huyen al transporte público estacionaran sus carros y salieran a caminar para consumir en el barrio tradicional. Su vocación no era centrípeta, sino centrífuga. El centro...

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