Andrés Eloy Blanco: El amortiguador de la Constituyente

D eja Andrés Eloy Blanco tras de sí un hermoso testimonio poético. Sus versos, que ya desde los días del Canto a España corren de labio en labio, seguirán viviendo como una emoción pura, expresada con tersa limpidez. En su obra, la selección la irá espigando, no el rigor doctrinario de los críticos sino el sentimiento de las gentes sencillas. Porque ellas fueron siempre, en el fondo de su creación poética, el destinatario de su obra.Hizo intentos, sin duda, de incorporarse a los nuevos estilos literarios: pero no porque llegara a identificarse con ellos, sino porque quería demostrar que tenía talento también para triunfar dentro de ellos, todo para justificar y revalorizar su obra genuina ante el posible menosprecio de una moda que les atribuyera importancia menor.Invitado por él, una tarde asistí en el Ateneo de Caracas al bautizo de una de sus obras circunstanciales: Baedeker 2000. Pero de allí salí más firmemente convencido de que en Andrés Eloy Blanco el poeta esencial era el de Poda. Y creo que él también lo comprendió así; y el buscarse a sí mismo, aunque adornado con expresiones de las nuevas tendencias, fue su suprema afirmación en Giraluna, donde, según la expresión de Gallegos, estampó versos que parecen despedida y testamento.De Poda a Giraluna, su poesía exquisita va reflejando afectos que no puede menos de sentir quien la lea. Esos afectos, que empiezan en la madre y van hasta los hijos, se expresaron siempre con una altura que da perennidad a sus palabras y las libera de la escoria de las contingencias. Testamento, sí, pero además en el sentido de testimonio: testimonio de lo que fue el poeta, de lo que amó el poeta, de lo que el...

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