Apoteosis

No han escaseado los héroes y los mártires, tampoco los sacrificados en vano, pero es palmaria la enorme insatisfacción de la sociedad venezolana consigo misma. Que por muchos años la búsqueda de la identidad, fundamentalmente su definición --qué somos-fuese la gran tarea y la principal preocupación nacional, indica tanto inmadurez como extrema propensión a ser víctimas de los embaucadores y sus similares. Ese venezolano que se muestra díscolo y retrechero, seguro de sí mismo y sobrado para todas las tareas, oculta descomedidas deficiencias y abundantes complejos, además de resentimientos, rencores y reconcomios. El siglo XIX guarda muchísimas enseñanzas sobre la esencia nacional, sus demonios y fantasmas, especialmente, la clave de su relación con los líderes y próceres, que sin mediación de la razón y por simple pragmatismo político derivó en culto, en religión oficiosa y laica. La prosa de los cronistas y afi cionados a la historia, seamos cautos, más que informar de los acontecimientos y luchas para alcanzar la independencia, primero, y su consolidación, después, los cantaban. Ridículas aleluyas. Por la magia de la palabra, vul gares y simplonas escaramuzas y desaciertos de pusilánimes eran transformadas en epopeyas y hazañas irrepetibles, dignas del olimpo. Dentro de ese aura de falsía y engaño, el régimen de Antonio Guzmán Blanco fue dispendioso en el autobombo y la exacerbación del personalismo. Se hizo estatuas, los poetas sin pudor le dedicaban cantos y discurso, se bautizaron calles...

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