Los árabes

"¡Se va, se va!" y "¡No nos vamos hasta que él se vaya!". Lo que comenzó siendo un clamor, terminó en grito de guerra declarada. Ante la obstinación del Presidente de Egipto, y sus falsas promesas de que se iría en septiembre, su maniobra de designar a un vicepresidente que calmara la tormenta del desierto que se desató en Túnez, el viejo zorro de las Pirámides desató mayores iras entre el paciente pueblo egipcio. Imposible conjurar las furias de la muchedumbre. Después de treinta años de poder autocrático, de negación brutal de los derechos humanos y de la libertad de expresión, de privilegios dinásticos, el tiempo se le venció a Mubarak. A partir de la crisis de Túnez fueron sintiendo el efecto dominó todos los jefes de Estado del mundo árabe que, una vez conquistado el poder, de la manera que fuere, legal o a través de los golpes de Estado, resolvieron quedarse por toda la vida al mando de sus pueblos. A partir del derrumbe del dictador Ben Alí en Túnez, un pueblo tras otro fue explotando como una sucesión de volcanes que de pronto irrumpieron. Los observadores de la escena mundial no imaginaban que sucediera un fenómeno como éste, de tan vastas proporciones, que afecta a millones de seres humanos, prácticamente todos víctimas de despotismos y de explotación. Si que nadie lo esperara, ni los más agudos analistas, ahora todos conceden la razón a quienes demostraron paciencia ancestral. Desde Túnez y Egipto, hasta Yemen, Siria, Marruecos, Jordania, hasta los más ignorados, todos fueron tocados por el fuego de la rebelión ciudadana. Los árabes tomaron la calle...

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