Ataque de pánico

Confieso que desconozco el proceso mediante el cual las palabras nacen, evolucionan y se ponen o pasan de moda. A diario, topamos con neologismos que nominan innovaciones tecnológicas o antiguallas que algún listillo, ducho en mercadotecnia, estima conveniente y lucrativo disfrazar de novedades. Tampoco sé por qué hay voces olvidadas y en peligro de extinción, mientras otras resucitan gracias, por ejemplo, a una canción o una película la Escuela de Escritores de Madrid propuso hace ya una década, «apadrinar palabras amenazadas por la pobreza léxica, el lenguaje políticamente correcto y la tecnocracia lingüística» para evitar su desaparición. La aclaratoria tiene carácter de cura en salud, no vaya a resultar que, por temerarios e indoctos nos metamos en camisa de once varas, aunque la palabra que solivianta nuestra pluma no se cuente entre las que agonizan.Pánico es un adjetivo, usado a menudo como nombre, que los diccionarios de mayor autoridad y obligatoria consulta DRAE, María Moliner asocian al miedo o el terror excesivo y al que los lexicógrafos adjudican un buen número de sinónimos espanto, pavor, susto, entre otros, aunque ninguno de ellos tiene la contundencia descriptiva en lo físico o anatómico de los equivalentes acojonamiento, culillo, cagazón, nalguitembleque, etc. que les asignan el habla popular, los argots y las germanías. Los etimologistas nos dicen que pánico proviene de Pan, mitológico dios griego de pastores y rebaños; era, más bien, un semidiós, mitad humano y mitad macho cabrío los romanos le llamaron Fauno, hijo de Hermes, tan feo que fue repudiado por su madre y abandonado en un bosque de Arcadia en el que, ya crecidito y resentido, se dedicaba a asustar a los mortales que se atreviesen a perturbar sus siestas y a las ninfas a las que acosaba, ¡ah, chivo libidinoso!, tocando su emblemática flauta.Es pánico, sin duda, palabra con pedigree que, en virtud del lugar, tiempo y circunstancias que particularizan nuestro acontecer, podría eventualmente adquirir otros significados.Y no necesita el lector dotes de zahorí para adivinar adónde apuntan nuestros tiros, porque la revolución bolivarista, que empobreció el diario menú del venezolano y podríamos afirmar que lo emponzoñó, si nos atenemos a los fatales envenenamientos ocasionados por la ingesta de yuca amarga, ha confundido deliberadamente efecto con causa, para escatimarnos el pan nuestro de cada día, y culpar de su escasez a los panaderos, como si estos fue sen dueños...

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