Atrapada en su dilema

Durante el zenit de sus crisis económicas, en Europa y en Estados Unidos, la escogencia de una vía estratégica eficiente para sortear las dificultades ha sido un quebradero de cabeza. En China la situación no es mejor: la talla de la tarea es bastante superior y la consecuencia de un colapso puede ser devastadora para todos. La tasa de crecimiento del gigante asiático se ha frenado por encima de lo esperado en 2012 y ello ha forzado a las autoridades a actuar aceleradamente para torcer el rumbo y potenciar el dinamismo de las variables nacionales. Las tasas de interés acaban de ser mani puladas a la baja para vigorizar la economía, mientras muchos analistas se preguntan si tal medida no representaría, por el contrario, un estímulo suplementario a las deficiencias instaladas ya de manera estructural en la segunda economía del planeta, además de un empujón significativo a la temida burbuja inmobiliaria. El problema chino no parece ser la falta de recursos de financiamiento para la inversión. Dentro de un ambiente de consumo global en franco retroceso, las ventas nacionales en picada, altos inventarios y flacos beneficios, además de sobrecapacidad productiva, lo que no está presente en el mundo de los negocios es el ánimo de emprender nuevos proyectos. Y ello es fatal para una economía acostumbrada a la pujanza. Una especie de atonía se ha apoderado de los inversionistas y ha generado un mood de pesimismo que im pacta todos los sectores. El consumidor chino, acostumbrado culturalmente a ahorrar para los peores momentos, está posponiendo sus gastos en anticipación a una turbulencia mayor que la de la crisis de 2008. Un año de cambios políticos no le agrega sino...

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