A babor

Con el triunfo de Macri cambia el itinerario político de América Latina. Que la segunda economía del sur del continente, y su altiva civilización, se haya movido hacia lo que debemos suponer una democracia más diáfana y una economía modernizada es un hecho trascendental. Que se suma a la hospitalización de Brasil, el gigante maltrecho. A la eticidad diplomática de la Chile socialista. A la hazaña de Almagro y la compostura del gobierno uruguayo. Al yo tampoco quiero mando del narciso Correa. Al protagonismo de Santos, el pacificador. O, más en grande, el paso pesado de la Alianza del Pacífico. O Cuba convertida en amiga íntima de su enemigo de cincuenta años, dejando sin referencia a los estalinistas que van quedando. Y súmele, hágalo, la devastadora derrota a la epidemia chavista el domingo próximo. Todo ello, y otras cuantas cosas menos sonoras, son signos de un cambio importante en estas latitudes. Buen tiempo, parece.Pero, hagamos catarsis, recordemos el papelón de Lula y Mujica echando físico en Buenos Aires para que la dinastía de la vieja y el tuerto se perpetuara en el poder, para decirlo en la jerga popular de don Pepe.Ahora bien, hacia dónde debería ir ese supuesto cambio. Yo diría, para simplificar, hacia un solo norte, un único puerto: la modernidad, la racionalidad como norma y la tolerancia como destino. Terminar de con cretar el final de nuestro peculiar medioevo y asumir el mundo moderno, en lo que este tiene de humanamente definitivo: el ciudadano que soluciona mediante el diálogo y la transacción sus ineludibles confl ictos...

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