Bailoterapia en la Antártica

Dirigida por el australiano George Miller, el de la saga apocalíptica Mad Max, la primera Happy Feet (2006) se valía de un pingüinito despelucado que zapateaba y de la aparentemente inofensiva estructura del musical para arremeter contra la religión organizada y dejar, para los adultos, un mensaje contundente: estamos solos en el universo y la única salvación es enfrentar esa dolorosa realidad. Happy Feet 2, que se estrena mañana en Venezuela, va de frente contra los charlatanes de nuevo cuño, los mismos de la programación neurolingüística, la "ley de atracción" y los libros de El secreto. Más larga que la mayoría de las películas animadas, Happy Feet era una película desapacible e incómoda: su protagonista, un pingüino genéticamente contrahecho llamado Mumble, no era atractivo, y el musical puede resultar un género repelente para numerosos espectadores. Observada a la distancia, la propuesta del estudio debutante australiano Animal Logic fue revolucionaria por la introducción de temas adultos en la animación digital: una metáfora de la sociedad humana, su relación con el universo y la explicación de lo incomprensible a través de la religión, todo a partir de una comunidad de pingüinos emperador de la Antártica que, amenazados por la hambruna, se apegan a la tradición y veneran a una figura ejemplar (e intangible como una aurora) llamada Güin. Llega el canto lírico.

Era también una película sobre el hallazgo de la noción del ritmo (el zapateo de Mumble) en una cultura dominada por la melodía, y el nacimiento de una música nueva y poderosa encerrada, por ejemplo, en temas como el gospeliano "Somebody to Love" de Queen. Y sobre el intercambio racial, simbolizado a través del encuentro con una comunidad vecina de pingüinos de Adelie que parece representar a negros o latinos...

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