La banalidad de la abundancia

Hace días que no dejo de pensar en Tom Ripley, criatura que tomó por asalto la imaginación de la escritora Patricia Highsmith hacia 1951, cuando esta dama de maneras rudas descansaba en Positano, Italia. Ripley es un hijo pusilánime, una sombra que comete crímenes menores en Manhattan, por diversión, antes de saltar a la sofisticación del mal en Francia. En Europa se casa con Heloise, aun cuando se encuentra al borde de manifestar abiertamente una homosexualidad que nunca sale a flote. Tiene amigos que defiende o asesina. Pareciera condenarlo un aburrimiento sin remedio. Es un modesto burgués que se ha mudado con sus manías tristes a la placidez de la campiña europea. A veces busca al hijo de una ri ca familia americana en Italia a quien asesina por codicia, envidia, resentimiento; en ciertas ocasiones se enreda en el asesinato de contrabandistas de obras de arte falsas para proteger a un enfermo terminal con el que siente empatía... Hace el mal o el bien sin mayor explicación, como ocurre en la vida una y otra vez. Recordé a Tom Ripley mientras seguía el juicio de María Ángeles Molina, Angie, española acusada de asesinar a su amiga Ana Páez, tras suplantar su identidad durante 2 años. La Audiencia de Barcelona la condenó a 22 años de cárcel por un crimen fríamente ejecutado con alevosía en el barrio catalán de Gracia. Semanas antes del crimen An gie contrató seguros de vida por valor de 1,2 millones de euros, a nombre de Ana Páez. Ya en el departamento durmió a su víctima con cloroformo. Después metió una bolsa de plástico en la cabeza y la cerró alrededor del cuello con cinta aislante. La muerte sobrevino inmediatamente. Angie quería simular una viola ción y por eso impregnó con semen la boca y la vagina de la víctima. Consiguió el semen en un prostíbulo masculino: contrató los servicios de 2 hombres para que se masturbaran delante de ella y colocaran el esperma en un frasco. Por ese curioso servicio pagó 200 euros. Cuando se apoderó de los do cumentos de su amiga, solicitó préstamos a su nombre en entidades bancarias. Los empleados reconocieron en el juicio cómo esta mujer con una peluca firmó los contratos. Los peritos caligráficos ratificaron que la firma es de la acusada. Su...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR