Barbarie y levedad

Hoy, creo que lo más complejo de este contratiempo que atravesamos está anclado en extraños signos comunes. Habría que decir que tal vez no está determinado en su totalidad por el devenir de los últimos pe ríodos de nuestra historia: procedimientos con los que no estamos de acuerdo, decisiones sin norte, malversaciones de una personalidad colectiva cada vez más anclada en la autoconstrucción de la propia demanda frente a la destrucción a mansalva del afuera, de lo otro, de los demás.Digo que quizás no sea ni siquiera eso, porque más allá de los contrasentidos en los que crecen las nuevas generaciones, de los problemas de la familia contemporánea, de los mensajes contradictorios que conviven en franca batalla dentro de los desmanes de un deterioro del individuo venezolano en todos los órdenes de sus relaciones, de su pasado, de sus vínculos con el presente y del acomodo de su futuro; lo más terrible sea con precisión el no saber cuál es el territorio que uno pisa; el encontrarse totalmente removido del terruño sin haberse ido a ninguna parte.Ayer, una amiga me contaba que en varias colas de la carnicería electrodoméstica que vivimos le anotaban el número en el brazo a la gente con un marcador; para no perderlos, para serializar la urgencia de una ansiedad sin nombre. ¿Qué puede uno sentir ante esa imagen mordaz, tan cercana al Holocausto? Sólo el vacío: como si el mapa de la identidad se hubiera sa lido de la matriz, como si la cartografía de eso que lo hace a uno antes, después y siempre fuera una narrativa errada y paralela; como si ese centro vital que vibra en los códigos más profundos de la pertenencia, del compromiso y del alma de todas las decisiones se transformara en una referencia perdida y obsoleta.Algunas propuestas artísticas logran conectarnos...

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