Barrotes y detritus

Dariel Alarcón Ramírez, conocido como Benigno se incorporó a la guerra de guerrillas a los 17 años de edad.Camilo Cienfuegos lo enseñó a disparar y el Che Guevara las primeras letras. Fue su compañero en Bolivia, uno de los pocos que sobrevivió. Como premio, pero resultó un castigo, en 1981, le tocó ser jefe de una cárcel en las afueras de La Habana, en la que estaban recluidas más de 6.000 personas.En sus memorias que no han leído María Iris Varela, revolucionaria y socialista ni Miguel Rodríguez Torres, el responsable del manejo y las ejecutorias de los cuerpos de seguridad de la revolución bolivariana, Alarcón Ramírez cuenta algunas de las barbaridades que cometían contra los presos, tanto políticos como comunes, porque todos estaban juntos; sin distinciones, como ocurría en la URSS. Disuadían las protestas con chorros de agua y golpeándolos con la manguera en el pecho y la espalda. A uno lo hicieron explotar porque le metieron la manguera en la boca y abrieron el chorro. El Partido Comunista de Cuba se las arregló para que el homicida no fuese juzgado.Nadie se alarmó. Al traspasar las puertas del centro penitenciario un letrero advertía: El recluso tiene derecho, única y exclusivamente, a reclamar su medicina. A nada más. Cuando pasa de esta puerta para dentro, el hombre ha perdido todos sus derechos.En ninguna cárcel de Vene zuela nadie se ha atrevido, por...

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