Bastión de la memoria

Los últimos días del mes pasado tuvimos ocasión de asistir a la 60° edición del Festival de San Sebastián. A una semana de su clausura, compartimos un balance general de la programación del cer tamen del País Vasco, asolado por el fantasma de la crisis. De hecho, recibe un presupuesto inferior al de Cannes, Venecia y Berlín. Además, el desarrollo del encuentro de Donostia debió interrumpirse el 26 de septiembre por culpa de un paro de actividades. Aun así, el director de la muestra, José Luis Rebordinos, pudo hacerle frente a la huelga al ofrecer una jornada de servicios mínimos. En efecto, la máxima competencia de España logra mantener el puesto de liderazgo regional e internacional gracias a la creatividad de sus organizadores, abocados a la dura tarea de congeniar los intereses del mercado con los gustos del fanático de la política de autor. De tal modo sobreviven en el tercer milenio las principales celebraciones audiovisuales del mundo, desde Francia hasta la madre patria. Por consiguiente, la Concha de Oro se disputó entre leyendas de la vieja escuela y las figuras consagradas de Hollywood. Los primeros acapararían la atención del jurado. Los segundos encarnarían el fetiche predilecto de la prensa del corazón, siempre a la caza de fotos fijas y chismes picantes. Por fortuna, la banalidad del entretenimiento de farándula no tuvo el menor eco en la entrega de premios. A la hora de la verdad, la diversidad y la pluralidad de contenidos marcaron la pauta de la selección oficial, coronada por nombres y realizadores de la talla de Ozon, Costa-Gavras, Trueba, Sorín y Cantet. A grandes rasgos, los títulos destacados impusieron cinco tendencias contemporáneas: la aguda reflexión histórica, los...

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