Cuando la belleza nos salva

Mi maestro siempre ha querido que me vuele los sesos. De ser su intención literal, querría librarse de su mala estrella. Sin embargo, su finalidad según proclama pretende ser literaria: hacer mi prosa más atrevida y audaz.No he logrado mucho con mi única arma, la palabra. En estos tiempos se me ha hecho difícil, cuesta arriba, sin abrazo inspirador. La realidad política, social, económica del país oprime.Quizás por esto he decidido no como evasión novelera sino como verdad reconfortante escribir sobre la belleza. Sobre cómo, cuándo, por momentos, la belleza nos salva. Nos ayuda, nos invita a resistir. Quand la Beauté nous sauve ,1 se titula el libro de Charles Pépin que he leído para ordenar mis ideas. Pensamientos inútiles, palabras innecesarias, si simplemente contemplamos El Ávila desde cualquier rincón del valle. La belleza está, es, no hace falta explicarla. Sin embargo, retomar la propuesta de este joven filósofo espero me permita hilvanar el porqué experimentar la belleza tiene la capacidad de ofrecernos un destello de salida, de salvación.Imaginemos a una mujer. Ella conduce su automóvil por la ciudad en un tráfico descomunal. Le duele la espalda ese día más que los demás. No soporta su trabajo, aún menos a su jefe.Le pagan una miseria. Debería encontrar la fuerza para renunciar, para cambiar, lo sabe. Saberlo no es suficiente. Quizás le echa la culpa al hombre que regresará a casa, más o menos a la misma hora que ella, de no empujarla, de no darle fortaleza; mientras él le recrimina a ella, no hallarla en sí misma. Ella ya ni sabe qué se recriminan el uno al otro. Los niños han crecido. Ya no los puede apretujar para llenar con abrazos su vacío, encontrar toda esa fortaleza que le falta. Se han convertido en dos adolescentes ariscos e insoportables. De pronto, a la mujer se le atraviesa un motorizado con un niñito atrás. De un frenazo los evita justo a tiempo. En ese momento, como una lanza, siente un dolor más agudo en su espalda. Al suspirar pasan tres motorizados más. Atrás le tocan corneta. Podría ponerse a llorar.No llora. La radio la aturde sin escucharla. El tráfico la agobia.No ha podido ir al automercado, y la última vez que fue no había papel toilette . En eso, levanta la mirada y observa un par de nubes deslizarse frente a la montaña. Van como rozándose en una suave danza; el verdor realzado por la luz de la tarde les sirve de telón de fondo. Las contempla extasiada por un brevísimo instante. ¡Qué bello!, exclama en...

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