Bibliocidios

Cuando los publicistas encomendaron el patronaz-go de sus quehaceres a San Bernardino de Siena, quizá lo hicieron en atención a su reputación de predicante, sin importarles el contenido de sus mensajes en tiempos modernos, sus homófobos sermones merecerían el reproche de quienes defienden la corrección política ni, tampoco que, como parte de sus performances, se encendieran piras ceremoniales para destruir toda suerte de cosas tenidas como la fuente de pecaminosas presunciones espejos, pelucas, coloretes, vestidos, pinturas y libros, naturalmente, bienes que el fariseísmo rojo clasificaría, según su dicotómica visión del mundo, como objetos del deseo consumista, elevados a la categoría de imprescindibles por la maquinaria mercadotécnica capitalista, la misma que mueve los engranajes de la industria comunicacional.El fogoso ejemplo del franciscano sienés fue inspirador de la celebérrima hoguera de las vanidades, atizada el martes de carnaval del año del señor 1497, por el no menos célebre Girolamo Savonarola carismático y exaltado monje dominico cuyo radicalismo lo condujo al patíbulo, acusado de herejía, donde ardieron cuadros, libros y manuscritos juzgados licenciosos, entre ellos textos de Boccacio y lienzos de Botticelli.No fue la Iglesia católica, sin embargo, pionera de la censura incendiaria. Hay remotos antecedentes documentados de una bibliocastía perpetrada en la China 212 a. C. por su primer emperador, Qin Shi Huang; en occidente también se sabe de un precedente imperial: Diocleciano, a finales del tercer siglo de nuestra era, ordenó, acaso para conjurar hechizos, aojos y mágicas trasmutaciones, sacrificar en ígneos altares los tratados de alquimia. Con la destrucción de códices Mayas Yucatán, 1562, el misionero Pedro de Landa se convirtió en ilustre precursor de la bibliopiromanía del Nuevo Mundo.Ha habido otros infames bibliocaustos. Mencionaremos solo dos: el de la Alemania nazi en 1933, consumado como parte del combate contra el espíritu antigermano, y el de la dictadura pinochetista 1973 que puso en evidencia la simiesca ignorancia de milicos que, se rumoreaba, achicharraban libros sobre el cubismo infiriendo que versaban sobre la revolución cubana.Se queman libros porque se les teme. Quienes leyeron la distópica novela de Ray Bradbury Fahrenheit 451 alusión a la temperatura necesaria para inflamar el papel, o vieron la versión fílmica de François Truffaut 1966, recordarán a aquellos bomberos armados con lanzallamas para...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR