Buscar a dios en la soledad del universo

Fue breve la vida de Valentina Marulanda para quienes valoramos su inteligencia, finura y sensibilidad, dejando truncos proyectos y sueños. Como me decía en la noche del 23 de septiembre en la Emergencia de la clínica, mientras esperábamos con Alfredo que les dieran una habitación, he sido muy feliz, y con un miedo de haberlo sido tanto, se preguntaba si acaso esa dicha habría atraído el karma de su súbita enfermedad. Cual la hybris, el exceso, la desmesura, que hacía despertar el castigo de los dioses, según los griegos antiguos, para dar cuenta de la trágica condición humana, imposible de superar, hecha de fragilidad e infinitud. Nos unieron un gran respe to y una mutua admiración, proyectos compartidos, lecturas, amor a la música. Nuestro profesor de Estética en París, O. Renault d?Allonnes, nos habló de la otra, aún sin habernos encontrado. Estuve con ella en momentos difíciles y en circunstancias felices; cargué a Manuela apenas recién nacida. No fuimos compinches, pero siempre anduvimos muy cerca, comunicadas; con amigos que ambas apreciamos; en caminos intelectuales complementarios; en iguales eventos, como el de Theodor Adorno, ambas ponentes para celebrar su aniversario en el Instituto Goethe de Caracas; publicamos juntas, la última vez en estas páginas el 14 de julio de 2012, sobre Rousseau, y poco antes, en la revista Aleph, de Manizales. Y quedó abruptamente roto un proyecto en la radio, de un programa que haríamos en dueto por la Fundación Cultural ColomboVenezolana. Como Valentina, anduve de viaje, así que mi sorpresa fue grande al encontrármela a ella y a Alfredo en La Floresta, el 21 de septiembre, cuando había ido a consulta médica. No me los esperaba. Imaginaba a Valentina aún en Colombia. Sin querer ser indiscreta, les digo, me pregunto quién de los dos viene al médico. Quedé pasmada cuando una Valentina decaída me responde que está gravemente enferma. Me siento, le tomo la mano, conversamos largamente los tres, Alfredo con esperanza, yo, apuntando hacia la psiconeuroinmunología y la fuerza de la terapia que en Venezuela ha liderado Marianela Castés, uno de cuyos talleres tomamos juntas Valentina y yo, con el convencimiento de que si otros habían superado un diagnóstico gravísimo, también mi amiga lo podría lograr. Con escepticismo, ella señala que con papá y dos hermanos médicos no se engaña pues sabe que su tumor es de los más agresivos. Lo único que quería era que le quitaran el permanente dolor que sentía. Salí de...

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