La búsqueda de equilibrio

Si algún elemento fue determinante para que los países de nuestro hemisferio no sufrieran un descalabro mayor cuando se desató la crisis económica de 2008, fue el dinamismo de la economía china y sus ingentes necesidades de materias primas y productos básicos para sustentar su propio crecimiento. A las naciones exportadoras de commodities en las Américas, la relación comercial con China les abrió una ventana que permitió sustentar su crecimiento al tiempo que dedicaban sus esfuerzos a otros derroteros como reducción de la pobreza, gobernabilidad democrática, reformas de los sistemas financieros, reducción de sus deudas y desarrollar mejores y más consistentes relaciones externas. Hoy China es un factor esencial en el desempeño externo de países como Venezuela, Brasil, Chile, Perú, Argentina y Cuba. Las exportaciones al gigante asiático impidieron el colapso en algunos de los países en medio de las turbulencias de los mercados y de la caída global de la demanda. La realidad es que China ha cambiado el espectro económico de este subcontinente y alterado sus relaciones externas. Esta sinergia, sin duda, ha sido beneficiosa en los dos sentidos, pero hoy, en la medida en que la economía china se desacelera se pone de bulto lo pernicioso de las dependencias que se han generado para los que no han sabido diseñar políticas encaminadas a innovar, a diversificarse o a agregarle valor a sus cadenas productivas. Y es que al mismo tiempo la región ha tenido que ponerle el pecho a la avalancha de productos baratos que inundaron sus mercados y esterilizaron muchos de los esfuerzos por dotar a los sectores de productividad. La desindustrialización ha sido la...

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