El campesino que entró al museo

Hay que conocer a Juan Félix Sánchez. Eso se decía en la década de los ochenta. Hay que ir a verlo a su casa del fin del mundo en el páramo, caminar siete horas o montarse en burro, morirse de frío en la madrugada andina, un frío que no mata ni el miche. Observarlo mientras teje o talla, cómo escribe en su cuaderno de visitas una marca de inmortalidad. Sacarse una foto con él, junto a sus sillas de madera. Otra foto más, con el fondo de montaña y frailejones. Tocar su obra en ese espacio natural. Decir que uno comió las arepas de trigo de Epifanía, su mujer. Juan Félix Sánchez era la mo da de esa década. Juan Félix, Yordano, las hombreras, la telenovela cultural. Un ícono para los caraqueños, que sentían que habían encontrado en él algo propio en qué creer. Era él, como el Teatro Teresa Carreño o como Carolina Herrera, luces parpadeantes de desarrollo en un país del Tercer Mundo. Pero Sánchez iba más allá, era una suerte de eslabón perdido, los orígenes de algo que sonaba grande: si en el páramo más remoto había un genio de la arquitectura, el país no estaba perdido. Hace 30 años, en julio de 1982, Juan Félix Sánchez, un hombre del páramo nacido en 1900 en un pequeño pueblo merideño, un creador sin estudios académicos, fue el primer y único artista popular que entró por la puerta inmensa del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, otro de los símbolos de una nación que se soñaba intelectual. Todos los espacios del museo estuvieron dedicados a la obra de ese sencillísimo campesino, que fue comparado con Gaudí. El escritor y semiólogo Um berto Eco lo visitó en 1994 y, luego, escribió en la revista italiana L?Espresso: Juan Félix Sánchez no es un artesano, no es un artista, no es un aficionado al bricolaje; es un asceta de la montaña, un visionario. El artista popular Âque nunca viajó al exterior se internacionalizaba. Fiebre de páramo. Juan Félix Sánchez nació el 16 de mayo de 1900, en San Rafael de Mucuchíes y estudió en la escuela del pueblo. Trabajó como titiritero, maromero y payaso, a la vez que hacía labores en la prefectura. Empezó a tallar en 1935. Se trasladó a la soledad de El Tisure, un amplio terreno que pertenecía a su familia, lejos de todo. Allí creó un telar único, que le permitió elaborar cobijas con efectos cinéticos, que innovaron el típico tejido andino. Allí también comenzó a construir su enorme complejo arquitectónico, formado por tres capillas hechas piedra sobre piedra, sin ningún tipo de cemento; una réplica de El...

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